En marzo de 2020, cuando el mundo entraba al inicio de una pandemia global, 61 miembros del Coro de Skagit Valley, en el noroeste del estado de Washington, Estados Unidos, se reunieron para un ensayo de 2 horas. Siguieron las precauciones recomendadas por los funcionarios de salud locales, evitando el contacto físico, usando desinfectante para manos y manteniendo la distancia social.
En cuestión de semanas 52 miembros del coro fueron diagnosticados con COVID-19, varios fueron hospitalizados y dos fallecieron. Inicialmente los expertos estaban desconcertados acerca de las razones.
“Sabías que solo había algo que habían compartido todos los que estaban en esa habitación y era el aire. Sin duda, eso es lo que condujo a la propagación”, señaló Kimberly Prather, Ph. D., profesora en la Scripps Institution of Oceanography, en San Diego, Estados Unidos, especialista en química de aerosoles.
Fue un momento crucial en una pandemia que ha creado cambios tectónicos en nuestras vidas en el hogar, el trabajo y el ocio. La pandemia también ha provocado cambios importantes en el mundo de la salud, la medicina y la ciencia, algunos de los cuales probablemente seguirán presentes una vez que el virus ya no domine los titulares de las noticias diarias.
El dogma de las gotas
Durante la mayor parte del siglo pasado hubo un amplio consenso entre los expertos en salud pública de que la propagación de enfermedades respiratorias, como los resfriados comunes y la gripe ocurrían en gran medida cuando las personas entraban en contacto con gotas más grandes, pesadas y cargadas de partículas víricas expulsadas por las personas al toser o estornudar.
Según esta teoría, tenías que estar lo suficientemente cerca de una persona enferma cuando tosía o estornudaba para contagiarte o debías tocar una superficie donde recientemente habían caído algunas de estas gotas grandes.
Este dogma de las gotas formó el fundamento de las medidas de salud iniciales con las que muchas personas se familiarizaron en los primeros días de la pandemia, como el distanciamiento social de 1,5 metros y la limpieza frecuente de las superficies del hogar y el lugar de trabajo, que condujeron a una escasez de toallitas y espray antibacterial.
Se pensaba que la verdadera propagación de infecciones por el aire era escasa. El experto en enfermedades infecciosas, Jeffrey Shaman, Ph. D., escuchó los primeros consejos de los expertos en salud y los presentadores de noticias sobre cómo se transmitía COVID-19 por gotas y se mostró incrédulo.
“Estoy sentado allí, volviéndome loco, gritando al televisor y diciendo: ‘¿Cómo sabemos esto? ¡Es un virus nuevo!'”, comentó Shaman, director del Programa de Clima y Salud de la Columbia University, en Nueva York, Estados Unidos, cuyo trabajo se centra en el modelado de la propagación de enfermedades infecciosas.
Siguieron más brotes, como el del estado de Washington, Estados Unidos. Gradualmente se hizo más claro que cantar y hablar en voz alta, como lo haría la gente en una iglesia o en un restaurante o bar concurrido, eran escenarios óptimos para generar la propagación de diminutos aerosoles flotantes del virus SARS-CoV-2 que podrían permanecer en el aire durante horas. Las iglesias fueron duramente golpeadas, probablemente porque son un lugar donde la gente se para cerca y canta.
Pronto quedó claro que la COVID-19 no era la única enfermedad infecciosa que depende de los aerosoles para propagarse. Cuando el uso de mascarillas se convirtió en una norma social en muchas partes de Estados Unidos, los casos de influenza y virus sincitial respiratorio o resfriados comunes, casi desaparecieron. Estas enfermedades regresaron en 2021, después de que Centers for Disease Control and Prevention (CDC) de Estados Unidos recomendó que las personas vacunadas podían quitarse las mascarillas y su uso disminuyó.
La pandemia de COVID-19 ha llevado a los científicos a reevaluar el papel y la frecuencia de la transmisión por aerosol.
“Realmente creo que nunca habría habido una pandemia si solo fuera por el rociado de gotas, las personas rociando y tosiendo entre sí. Esto está siendo impulsado por compartir el aire en el interior”, destacó Prather.
Métodos de prueba puestos a prueba
Otra idea importante que surgió de la pandemia es el concepto de que una prueba rápida puede decirle si podría ser contagioso.
Al comienzo de la pandemia la mayoría de las pruebas para el virus SARS-CoV-2 se realizó con reacción en cadena de la polimerasa, que es muy sensible y precisa para detectar COVID-19. La justificación de este enfoque en las pruebas de reacción en cadena de la polimerasa fue que debido a su sensibilidad podían detectar el virus en una etapa temprana, por lo que los pacientes podían buscar tratamiento y limitar la propagación de la enfermedad a otros.
Los esfuerzos en ese momento se centraron en hacer que las pruebas de reacción en cadena de la polimerasa estuvieran más disponibles, con tiempos de respuesta más rápidos.
Pero algunos expertos, como Michael Mina, Ph. D., jefe de diagnóstico de virología molecular en Brigham and Women’s Hospital, en Boston, Estados Unidos, vieron fallas en esta estrategia. Por un lado, las pruebas de reacción en cadena de la polimerasa (PCR) eran demasiado escasas para detectar a la mayoría de las personas que tenían el virus y no eran una herramienta útil para los funcionarios de salud pública que intentaban evitar la transmisión mediante el rastreo de contactos.
“De 1 de cada 10 diagnosticados, la mayoría se diagnostica después de que es infecciosa”, explicó en un pódcast en julio de 2020.
Los estudios de Mina mostraron que las personas infectadas con SARS-CoV-2 tenían los niveles más altos de virus en sus cuerpos al principio de la infección, a menudo antes de que mostraran algún síntoma y las cargas virales altas están estrechamente relacionadas con la transmisión.
Lo que se necesitaba era una prueba “suficientemente buena” que fuera relativamente económica y fácil de usar, para que las personas con el virus supieran rápidamente cuándo podrían ser un riesgo para los demás, señaló Mina.
Mina ha sido un defensor del tipo de pruebas rápidas de antígenos que la gente compra ahora en farmacias, cuando pueden encontrarlas. Un resultado positivo significa que hay que quedarse en casa porque podría transmitir la infección a otras personas. Un resultado negativo no descarta COVID-19, pero sugiere que no representa un riesgo para los demás.
Estados Unidos ha llegado a adoptar las pruebas rápidas, aunque aún no ha producido suficientes ni las ha hecho lo bastante baratas para que las personas las usen con frecuencia. La administración de Biden lanzó un sitio web que ofrece cuatro pruebas gratuitas para todos los hogares del país. Ahora también se requiere que las compañías de seguros de salud reembolsen las pruebas compradas por el público.
Stephen Kissler, Ph. D., becario posdoctoral en la Harvard T. H. Chan School of Public Health, en Boston, Estados Unidos, comentó que darse cuenta de esto fue un momento decisivo para los epidemiólogos.
“Hasta este punto, muchos de nosotros, incluso los que somos epidemiólogos, hemos pensado en estas discretas fases separadas en las que una persona es susceptible a enfermedades, se infecta y luego se recupera. Y pasas de una etapa a la otra de manera muy predecible”, agregó.
“La cantidad de virus que se produce y durante cuánto tiempo se produce es realmente importante en términos de su capacidad para propagar el virus y para detectar el virus en alguien que ha sido infectado”, puntualizó Kissler.
Una vez que termine la pandemia es muy probable que la autoevaluación de patógenos se mantenga y se vuelva más sofisticada, señaló Shaman, de Columbia University, en Nueva York, Estados Unidos.
“Esta idea de poder evaluarse a sí mismo se está moviendo hacia algo tipoStar Trekkie en la que vamos a tener dispositivos que nos permitan evaluar múltiples patógenos y nos brinden la información sobre lo que tenemos para que no tengamos que salir y exponer a otras personas a ellos”, dijo Shaman.
Publicación rápida: “Bendición y maldición”
La pandemia también aceleró rápidamente la forma en que se comparte la información científica.
Hace apenas unos años, si un científico hacía un nuevo descubrimiento importante escribía un estudio y lo enviaba a una revista académica revisada por pares. A partir de ahí el manuscrito tenía que pasar por una serie de revisiones por parte de científicos, editores y otros, que consumían mucho tiempo antes de su publicación final.
Debido a que las revistas más destacadas son muy selectivas, la norma era que un investigador enviara su trabajo a varias revistas antes de que su artículo fuera aceptado y finalmente publicado. El proceso podría llevar meses o incluso años.
Después de que el SARS-CoV-2 surgiera y se propagara rápidamente, tales demoras en compartir la investigación de científicos de todo el mundo se convirtieron en un obstáculo para comprender la ciencia detrás de la pandemia. Miles de personas fallecían cada día y el mundo necesitaba urgentemente respuestas sobre este virus altamente destructivo.
Los servidores de preimpresión que publican versiones preliminares de manuscritos científicos, antes de la revisión por pares, como medRxiv(pronunciado med-archive, por el nombre de la letra griega X), se convirtieron en la forma preferida de compartir hallazgos biomédicos rápidamente con otros investigadores, funcionarios de salud y el público.
Los documentos enviados a medRxiv tampoco se editan, aunque se analizan en busca de contenido dañino o no científico, según el sitio web del servidor. La eliminación de esos pasos reduce el tiempo que lleva publicar de meses o años a 4 o 5 días. La revisión por pares a veces, pero no siempre, llega más tarde, después de que el artículo haya sido aceptado por una revista científica.
Mientras tanto, las universidades y otras instituciones se han unido a la estampida, produciendo comunicados de prensa sobre nuevas investigaciones de COVID-19 por parte de miembros de la facultad, a menudo antes de que esos hallazgos hayan sido examinados adecuadamente. Ese cambio ha creado dilemas para periodistas, investigadores y otras personas que intentan comprender la calidad de la evidencia.
El resultado ha sido desordenado. Según Retraction Watch, un sitio web que sigue las publicaciones científicas, se han retractado o retirado más de 206 artículos sobre COVID-19 desde el comienzo de la pandemia. En algunos casos, las remociones involucraron mala práctica; en otros, los resultados no fueron fiables por otras razones.
Uno de los más dañinos fue una preimpresión publicada en el servidor de Research Square que promocionaba la eficacia y seguridad de ivermectina, un tratamiento antiparasitario, para prevenir y tratar COVID-19.
Tanto ese estudio como un metanálisis que se basó en gran medida en él fueron retirados “debido a datos fraudulentos”, comentó el editor de la revista que publicó el artículo. Otro estudio ampliamente citado sobre ivermectina, de Argentina, fue cuestionado después de que los reporteros de BuzzFeed Newsintentaran profundizar en algunas de sus afirmaciones.
Desafortunadamente, el retiro se produjo después de que los políticos y otras personas promocionaran el uso de ese fármaco como tratamiento para COVID-19, según la cobertura de Retraction Watch.
Su editor también retiró otro artículo que afirmaba que los casos de miocarditis en adolescentes aumentaron después de que se aprobó la vacuna COVID-19 para ese grupo de edad. Uno de sus coautores, el Dr. Peter McCullough, cardiólogo y maestro en salud pública, fue retirado de las facultades de varias universidades y hospitales de Texas después de que promoviera el uso de tratamientos no probados para la enfermedad y cuestionara la eficacia de las vacunas contra la COVID-19.
Pero el ritmo acelerado de publicación no ha sido del todo malo. Los logros significativos (nuevas vacunas creadas, probadas y distribuidas en menos de un año) florecieron en un tiempo récord. A los pocos días de su identificación, los investigadores publicaban preimpresiones sobre la capacidad de ómicron para escapar de la inmunidad y transmitirse rápidamente, dando a los países un tiempo crítico para prepararse.
“Ha habido un lado bueno. Teníamos que obtener las soluciones para algunas de estas cosas rápidamente, y esa era la única manera”, señaló Prather. Muchos expertos creen que es probable que la publicación de estudios no revisados por pares seguirá siendo una parte importante de cómo se difunda la ciencia en el futuro.
Michael Osterholm, Ph. D., que dirige el Center for Infectious Disease Research and Policy de la University of Minnesota, consideró que el cambio general en las publicaciones científicas podría ser un arma de doble filo.
“Creo que es una bendición y una maldición, todo en el mismo paquete. Creo que eso ha llevado a una rápida difusión de información muy importante, pero también creo que ha llevado a información errónea no intencional”, concluyó Osterholm.
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