Urgen a “apostarle a la vacunación” con la dosis bivalente ante llegada de nueva subvariante a Puerto Rico

Mientras las autoridades salubristas del mundo se movilizan para entender el alcance de la nueva subvariante XBB.1.5 de la variante ómicron del coronavirus, expertos locales urgieron a la ciudadanía a vacunarse con la dosis bivalente, luego de que el Departamento de Saludconfirmó su presencia en Puerto Rico.

Salud informó hoy que la XBB.1.5 fue identificada en la isla el 7 de noviembre. La agencia insiste en que lo notificó en sus informes semanales sobre la pandemia desde ese mes. Empero, la primera mención del sublinaje XBB.1.5 aparece en el informe del 28 de diciembre, no antes.

Esta semana, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó que esta subvariante es más contagiosa que cualquier otra de ómicron identificada a la fecha. En Estados Unidos, de donde surgió en octubre, representa alrededor del 40% de los casos, según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés).

El doctor Marcos López Casillas, gerente de investigación del Fideicomiso de Salud Pública, explicó a El Nuevo Día que a este nuevo sublinaje de ómicron se le llama “variante recombinante”.

“Lo que aparentemente pasó fue que una misma persona se infecta con dos variantes de COVID-19 diferentes, al mismo tiempo. Por lo menos esa es la forma más explicable de lo que pudo pasar. Eventualmente, estas dos variantes, que son de (la subvariante) BA.2, se fusionan y crean esa variante recombinante, que adquiere lo mejor que –evolutivamente– tienen las dos”, abundó vía telefónica.

Este sublinaje se ha identificado en, al menos, 25 países y en algunos países de Europa ha desplazado otras variantes. Según datos de los CDC, representa sobre el 70% de los casos en el noreste de Estados Unidos, específicamente en la región que incluye a Nueva York y Nueva Jersey.

“¿Cuál es el problema con la XBB.1.5? Fíjate que esta evolución de esta variante ocurre en Estados Unidos, así que es la primera vez que tenemos una variante de preocupación que se desarrolla en Estados Unidos”, añadió el doctor López Casillas al recordar, por ejemplo, que la cepa original de ómicron se identificó en Botsuana y Sudáfrica, en noviembre de 2021.

Sobre qué podría esperarse en Puerto Rico, pronosticó que entre finales de enero y febrero podría convertirse en la de más prevalencia. Ante este panorama, urgió a la ciudadanía a ser más precavida y a protegerse con la vacuna bivalente.

“Hay que tener prudencia, hay que apostarle a la vacunación. Lo hemos estado haciendo bien, el mensaje es que continuemos protegiéndonos”, enfatizó. “Esto no se ha acabado, la tasa de positividad está por las nubes, estamos todavía en un estado de emergencia, que es importante acotarlo, y que la gente entienda que el COVID no se ha acabado, y se está llevando gente”.

La tasa de positividad asciende hoy a 29.66%, según Salud. Mientras, hay 221 personas hospitalizadas con el virus, de las cuales 11 son pacientes pediátricos.

Llamado a la prevención

En entrevistas por separado con este diario, la doctora Feliú Mójer y la infectóloga Iris Velázquez se unieron al llamado a que la población se inocule con la nueva dosis bivalente, que previene la enfermedad de gravedad y complicaciones serias. Al 28 de diciembre, solo el 9.31% de la población elegible en Puerto Rico había recibido esta vacuna.

“Los datos indican que aquellas personas que tienen su vacunación al día, es decir, que han recibido esa vacuna bivalente, tienen menos probabilidad de ser hospitalizadas, de fallecer, de sufrir consecuencias graves. Eso quiere decir que, aun con esta nueva variante y las diferentes variantes que hemos visto, aun así, las vacunas continúan funcionando”, acotó Feliú Mójer.

En tanto, la doctora Velázquez indicó que ha observado un alza en las hospitalizaciones en las dos instituciones médicas en las que labora, en el oeste del país. De los pacientes admitidos, ninguno ha llegado con la vacuna bivalente.

“Necesitamos protección contra ómicron en específico, y la bivalente es la que necesitamos”, acotó la infectóloga.“Fuimos de los territorios más vacunados al principio de la pandemia, pero ya nos hemos quedado rezagados en cuanto a los refuerzos, así que sí esperamos que aumenten los casos”.

Por otro lado, la doctora Feliú Mójer lamentó el “abandono” del Estado a la emergencia de COVID-19.

“El Estado nos está fallando en su deber de proteger la salud pública”, acotó. “El rol de la salud pública es prevenir, hay acciones concretas que se pueden tomar, reforzar esa educación, reforzar esas campañas de vacunación, ser agresivos con esas campañas. (…) Desafortunadamente, se ha abandonado la salud pública”.

El 2022 ha sido el año más mortal de la pandemia en Puerto Rico, con 2,231 muertes –hasta ayer–, mientras que en 2021 se registraron 1,640 defunciones por el virus. En 2020 –entre marzo y diciembre– ocurrieron 1,683 muertes.

Enfermedades respiratorias reaparecen de manera atípica en América, como el RSV

La Organización Panamericana de la Salud observó el miércoles que algunas enfermedades respiratorias están surgiendo de manera atípica en las Américas, como uno de los posibles efectos de la falta de exposición a esos virus por el confinamiento y distanciamiento social durante la pandemia de coronavirus.

Es lo que llama la “brecha de inmunidad”, que se desarrolla cuando el sistema inmunológico obtiene un descanso al no estar expuesto o exponerse menos a patógenos infecciosos y bacterias a las que solía estar expuesto. Lo mismo sucede con la llamada “hipótesis de la higiene”, como se conoce al postulado de que los ambientes excesivamente estériles o demasiado limpios no contribuyen a proporcionar la exposición necesaria a los gérmenes para que el sistema inmune pueda responder y defenderse.

Entre las enfermedades que han resurgido “atípicamente” aparecen la influenza y algunos virus respiratorios como el RSV -por su nombre en inglés-, similar a un resfriado que afecta principalmente a los niños de menos de un año, cuyas madres no pudieron transmitirles defensas durante el embarazo porque estaban encerradas y sin exposición a esos patógenos, dijeron funcionarios de la OPS.

Las Américas enfrentan en este momento una “triple amenaza” de enfermedades respiratorias, de COVID-19, influenza y RSV, dijo la OPS.

“El aumento de una sola infección respiratoria es motivo de preocupación. Cuando dos o tres comienzan a impactar a una población al mismo tiempo, esto debería ponernos a todos en alerta”, dijo la directora de la OPS, Carissa Etienne.

“Por eso tenemos que mantener nuestro sistema de inmunidad, ayudándolo”, expresó el subdirector interino de la OPS, Marcos Espinal, en una conferencia de prensa virtual desde la sede de la organización en Washington. Recordó que durante el pico de la pandemia en 2020 y 2021 esas enfermedades tuvieron un impacto reducido y recomendó a la población cuidar su alimentación, hacer ejercicio y vacunarse para mejorar su sistema inmune.

En la última semana, los casos de COVID-19 se incrementaron un 17%, y las muertes aumentaron en América del Sur y Centroamérica, a pesar de que en el resto de la región se registró un leve descenso.

Los casos de influenza estacional han subido después de tres años de haberse reducido por debajo del promedio habitual. En la subregión del norte, están aumentando, como es normal para esta época del año, pero pareciera que están ascendiendo más temprano que lo usual en lugares como Estados Unidos y México, expresó Etienne.

Después de un par de años con bajo contagio, las infecciones por el RSV -que también es un virus estacional- se han incrementado significativamente y están impactando a los sistemas de salud de Canadá, México, Brasil, Uruguay y Estados Unidos. Algunos hospitales pediátricos están trabajando al borde de su capacidad, dijo la OPS.

El virus respiratorio sincitial (VRS), como se conoce en español al RSV, causa por lo general síntomas leves parecidos a los de un resfriado, aunque puede también provocar infecciones pulmonares, especialmente en bebés, ancianos y personas con problemas médicos graves. Al igual que el resfrío, se transmite por el aire al toser y estornudar, a través del contacto directo con un enfermo o al tocar una superficie con el virus y luego llevarse la mano a la boca o a la nariz.

El Nuevo Dia

La afectación del SARS-CoV-2 en el nervio vago podría ser una causa potencial de las manifestaciones de la COVID-19 persistente

Las experiencias clínicas en el abordaje de la COVID-19 desde distintas perspectivas, los resultados arrojados por las diferentes opciones terapéuticas y sobre todo los retos y evidencias que plantea una nueva realidad asistencial, la COVID-19 persistente o Long-COVID, centraron los contenidos de la sesión Salud de Precisión: COVID-19 a debate profesionalque se desarrolló en el marco del VII Congreso Internacional de la Sociedad Española de Salud de Precisión.

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En este foro, la Dra. Mayca González, especialista en microbiología y experta en Age Management Medicine,hizo un repaso a los datos más recientes respecto a la COVID-19 persistente. “Según las últimas evidencias, nueve de cada diez pacientes (87%) COVID-19 dados de alta en un hospital experimentan al menos un síntoma 60 días después del inicio de la enfermedad, 32% reporta uno o dos síntomas y 55% presenta tres o más. Asimismo, más de 50% de los casos sintomáticos padece al menos un síntoma de la enfermedad un año después de infectarse”.

“De la misma manera, en otra investigación se comprobó que aunque no hubiera un diagnóstico de neumonía, 12,8% de los infectados estudiados continuaba presentando disnea después de seis meses”, continuó la especialista.

Los trabajos en esta línea también han arrojado luz sobre los principales factores de riesgo para desarrollar COVID-19 persistente: “En primer lugar, el sexo, la edad e incluso el número de síntomas. Así, las mujeres y las personas entre 40 y 54 años muestran más probabilidad de padecerla. También se sabe que a mayor gravedad de la enfermedad aguda mayor número de síntomas se presenta tras la resolución de la infección. Tener un índice de masa corporal igual o superior a 25, reportar de tres a siete síntomas de la COVID-19 en la fase aguda y los pacientes con más de cinco síntomas durante la primera semana de la enfermedad son factores asociados a una mayor propensión a sufrir COVID-19 persistente. Todo esto configura un problema de salud que sin duda va a suponer un reto importante de ahora en adelante”.

La Dra. González resaltó que se ha demostrado que hay más de 50 efectos a largo plazo de la COVID-19, siendo los más prevalentes fatiga (58%), dolor de cabeza (44%), alteraciones de la atención (27%) y pérdida de cabello (25%).

Entre todos los trabajos realizados en esta línea, la Dra. González destacó un estudio publicado en febrero de este año que, en su opinión, es uno de los más relevantes hasta el momento, “ya que ahonda en las circunstancias fisiopatológicas que hay detrás de los síntomas a todos los niveles, algo que hasta ahora no conocíamos del todo”.

“Así, por ejemplo, se demuestra que disnea, hipoxia, fatiga, patrón ‘en vidrio deslustrado’ y fibrosis pulmonar se deben a un daño en el parénquima pulmonar en primer lugar mediado por el virus y en segundo término por un daño microvascular inmunológico. Por otra parte, a nivel cardiovascular se ha visto que se pueden presentar hasta 20 afecciones cardiovasculares un año después de superar la COVID-19, lo que lleva a prever que la afectación en estos pacientes va a ser una demanda importante en los sistemas de salud en los próximos años”.

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Microbioma y nervio vago

En lo que respecta al sistema digestivo e intestinal, la especialista destacó un mecanismo hasta ahora desconocido: la afectación del nervio vago y de la microbiota intestinal.

“Hay estudios que sugieren un patrón de viremia persistente o recurrente en algunos pacientes, provocando una evolución clínica de síntomas inespecíficos asociados a limitaciones personales. Esto podría llevarnos a pensar en la posibilidad de que el virus tuviera un reservorio a este nivel. En la misma línea, una investigación actualmente en marcha apunta a una posible afectación del nervio vago como causa las manifestaciones de la COVID-19 persistente. No hay que olvidar que este nervio conecta el cerebro y el tracto gastro-intestinal, además de controlar la frecuencia cardiaca, la producción del sudor y el reflejo nauseoso”.

En su análisis de este estudio piloto, llevado cabo por un grupo de investigadores españoles, la Dra. González comentó que de los 348 participantes en esta investigación, dos tercios (228) tenían al menos un síntoma de disfunción del nervio vago. Al hacer evaluaciones adicionales a esos 228 pacientes se vio que 22 tenían todos los síntomas, siendo 20 de ellos de sexo femenino, con una mediana de edad de 44 años.

“El estudio también refleja que los síntomas más frecuentes fueron diarrea (73%), taquicardia (59%), mareos, dificultad para tragar y problemas de voz (45% cada uno, respectivamente); 86% de los pacientes tenía tres síntomas diferentes relacionados con la disfunción del nervio vago. Al hacer radiografías del nervio vago del cuello también se observó que seis de los 22 pacientes presentaban engrosamiento y cambios reactivos inflamatorios leves”, destacó.

Otro dato importante de esta investigación fue que diez de los pacientes mostraron patrones de respiración anormales y presiones máximas de inspiración reducidas, lo que según la Dra. González indicó la debilidad de los músculos respiratorios conectados con el nervio vago. “Setenta y dos por ciento también presentaba disfagia orofaríngea o dificultad para tragar y ocho pacientes mostraron capacidad reducida o deteriorada para llevar alimentos del esófago al estómago y reflujo ácido”.

Entrenamiento como “prescripción” pos-COVID-19

En la misma sesión, el Dr. Wilson Martínez, especialista en medicina aplicada a la actividad física y el deporte, abordó el papel de la práctica de ejercicio físico en la recuperación de las personas que han padecido la COVID-19. “Hay que tener en tener en cuenta que muchos pacientes con COVID-19 leve o grave no tienen una recuperación completa y presentan una gran variedad de síntomas crónicos durante meses o semanas tras la infección, con frecuencia de carácter neurológico, cognitivo o psiquiátrico. Es lo que se conoce como síndrome pos-COVID-19, reportado por entre 10% y 20% de los pacientes”.

En su ponencia El valor del entrenamiento en el paciente post-COVID, el Dr. Martínez hizo un repaso de los estudios más recientes que ponen de manifiesto el nexo entre la práctica de ejercicio y los beneficios para la salud en general y frente al SARS-CoV-2 y sus consecuencias en particular. “En estas investigaciones se habla de las exerkinas, entendiendo como tales las sustancias que se producen o generan con la práctica de actividad física (incluidas hormonas y metabolitos) con beneficios saludables a distintos niveles. Hay un variado repertorio de exerkinas en la circulación sistémica y se sabe que cuanto más alta sea la intensidad y el impulso con el que se realice el ejercicio, siempre que se haga de manera adecuada, estas exerquinas se manifiestan de una manera más positiva”.

En el contexto COVID-19, el especialista explicó este impacto positivo “teniendo en cuenta que el SARS-CoV-2 incide en el receptor enzima convertidora de angiotensina-2 y esto a su vez implica la aparición de fibrosis, inflamación, vasoconstricción, neurogénesis reducida y daño cardiovascular. Esa activación de una serie de cadenas de señalización vascular que se produce con el ejercicio hace posible ‘contrarrestar’ un buen número de los síntomas del síndrome pos-COVID-19, actuando en cierto sentido como una polipíldora”.

Concretando los beneficios potenciales del ejercicio en el síndrome pos-COVID-19, el Dr. Martínez destacó que se produce una mejora en el componente psicológico, ya que disminuye el estrés, lo que se traduce en una mejora del ánimo y una sensación de bienestar. “A nivel neurológico estimula la plasticidad cerebral, mejora las capacidades cognitivas, disminuye la carga alostática y optimiza la calidad del sueño. En cuanto al sistema cardiovascular, aparece angiogénesis, mejorando el sistema vascular y la función cardiovascular, disminuye la presión sanguínea, normaliza la disautonomía y aumenta notablemente la biogénesis mitocondrial”.

“En el aparato respiratorio disminuye la disnea y mejora el consumo de oxígeno y la función pulmonar; sobre el músculo beneficia la tolerancia al ejercicio, aumenta la fuerza muscular y la masa muscular, con una mejor coordinación intramuscular y en relación al sistema inmune, disminuye las citocinas inflamatorias y aumenta las antiinflamatorias, mejorando en general la función inmunológica”, continuó el Dr. Martínez.

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Resistencia aeróbica y de fuerza

El Dr. Martínez destacó que no existe ningún fármaco conocido que produzca todos estos beneficios. “Lamentablemente no se nos enseña ni estamos acostumbrados a prescribir ejercicio, pero en base a todas estas evidencias, es obvio que debe incorporarse a la prevención y el abordaje no solo de la COVID-19 y el pos-COVID-19, sino en general para el cuidado de la salud cardiocerebrovascular y metabólica, tanto para prevenir enfermedades como en forma de coadyuvante en muchas patologías”.

Respecto a qué tipo de actividad es más recomendable en estos pacientes, el Dr. Martínez señaló que “existe evidencia suficiente que sugiere que el entrenamiento con ejercicios de resistencia aeróbica y de fuerza adaptado y supervisado puede ser una terapia multisistémica eficaz para el síndrome pos-COVID-19”.

En este sentido, el experto incidió en la necesidad de “poner en valor” la importancia del entrenamiento de fuerza. “Si bien buena parte de la población practica actividad aeróbica, el porcentaje desciende cuando se trata de las rutinas de fuerza, sobre todo entre las mujeres ya que lo asocian al riesgo de una musculación excesiva. En el caso de pos-COVID-19, este entrenamiento es fundamental, puesto que uno de los signos más preocupantes de este síndrome es la pérdida de masa muscular”.

“Se requiere un poco más de investigación en este campo, pero sin duda se trata de una herramienta perfecta para contrarrestar y manejar los múltiples signos y síntomas que persisten después de haber padecido la COVID-19”, concluyó el Dr. Martínez.

La Dra. González y el Dr. Martínez han declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

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Ansiedad, dolor, depresión: ¡entra en trance!

El trance, una práctica tradicional de los chamanes de Mongolia, fascina a los neurocientíficos. Ahora se enseña en una universidad parisina e incluso podría constituir una nueva oferta de atención en oncología o en dolor crónico, junto con la hipnosis y la meditación. A continuación las explicaciones de tres científicos.

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Viajes a Mongolia

Sus pacientes aún no lo saben, pero en los próximos años es posible que un médico o un psicólogo les sugiera entrar en trance. ¿Cómo podrían estas prácticas chamánicas, a priori muy alejadas de nuestra cultura occidental, entrar en el campo del cuidado?

Todo comenzó con la experiencia de Corine Sombrun, una etnomúsica que experimentó el trance durante un viaje a Mongolia en 2001. De regreso a Francia, entró en contacto con científicos y en 2019 fundó el TranceScience Research Institute, cuyo propósito es fundamentar esta práctica con bases científicas sólidas. Este instituto ahora colabora con neurocientíficos, especialistas en estados alterados de conciencia, en particular el equipo GIGA-Consciousness de la Université de Liège en Lieja, Bélgica, dirigido por el neurólogo Steven Laureys. Una carrera universitaria incluso recibió a sus primeros estudiantes en noviembre de 2021, en la Université Paris 8, en Saint-Denis, Francia, bajo la dirección de un especialista en hipnosis, el profesor Antoine Bioy, psicólogo clínico y profesor de psicología clínica y psicopatología en la Université Paris 8.

Trance, hipnosis, meditación: ¿cuáles son las diferencias?

El trance le permite experimentar un “estado alterado de conciencia” como la hipnosis o la meditación. “El trance se caracteriza por cambios en la autoconciencia y la conciencia del entorno. Esta conciencia puede ser más amplia, más extensa”, explica la Dra. Audrey Vanhaudenhuyse, neuropsicóloga, investigadora del Interdisciplinary Algology Center del Centre Hospitalier Universitaire (CHU) de Liège y directora de GIGA-Consciousness: Sensation & Perception Research Group.

Publicado en 2017, un estudio sobre el trance chamánico, dirigido por un equipo de psiquiatras canadienses y Corine Sombrun, analizó no solo los detalles del electroencefalograma en estado de trance, sino también los relatos de un voluntario. Se trata de distorsiones temporales, aumento de la fuerza muscular, desaparición del dolor… “Estos trabajos, con muestras pequeñas, deben ser verificados por estudios más robustos y de mayor tamaño. Y eso es precisamente lo que estamos haciendo en la Universidad y en el CHU de Lieja”, especificó la Dra. Vanhaudenhuyse.

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Cada trance es diferente

Para entrar en un estado alterado de conciencia se necesita un inductor. En el caso de la hipnosis, el psicoterapeuta desempeña este papel. Por la fuerza de la sugestión, atrae la atención del sujeto hacia un elemento visual o una sensación corporal, por ejemplo, de ligereza o pesadez. En la meditación, esta atención se centra en el flujo de pensamientos, en la respiración o en un objeto.

Entrar en trance es diferente. “El trance es como una cerradura. Distintos juegos de teclas pueden inducirlo”, observó Bioy. Puede desencadenarse por un sonido, una vocalización o un simple movimiento del cuerpo. Cada uno tiene que encontrar su propia llave. Las primeras sesiones se realizan con la ayuda de un “facilitador”, una persona iniciada que, según Bioy, “animará con su presencia a soltarse a lo que viene”.

Según él, también se puede “poner una intención” en el trance, por ejemplo, redescubriendo un recuerdo de la infancia o dejando el propio cuerpo. La experiencia, siempre poderosa, no es necesariamente agradable. “El trance suscita muchas emociones al principio y luego se va aclarando con el tiempo y la práctica”, especificó la Dra. Vanhaudenhuyse quien no dudó en probarlo. Su colega, la Dra. Olivia Gosseries, cualificada investigadora del Fonds de la recherche scientifique (FNRS) y codirectora del Coma Science Group(laboratorio de GIGA-Consciousness), recuerda sus ganas de vomitar, “como si no hubiera digerido algo, como si tuviera que salir para sentirme mejor después”.

Trance, una habilidad innata

Según el TranceScience Institute, unos pocos días de aprendizaje son suficientes para iniciar lo que Corine Sombrun llama “trance cognitivo autoinducido”, un estado en el que uno entra voluntariamente, sin ayuda externa. “Cuanto más practiques, más fácil será entrar en él. Es una habilidad innata. Todos somos capaces de entrar en trance o hipnosis, pero con diferentes sensibilidades”, observó la Dra. Vanhaudenhuyse.

El trance no está reservado para unos pocos iniciados. La mayoría de las personas pueden experimentar esto. “Según Corine Sombrun, 80% de las personas logran entrar en trance en el primer intento, 90% en el segundo intento. Estas cifras, que quedan por confirmar, son comparables a las de la hipnosis, que también tiene 10% de personas resistentes”, estimó Bioy.

Sin embargo, los investigadores siguen siendo cautelosos. Por su carga emocional, es probable que el trance pueda desequilibrar una mente frágil. “No es raro. En caso de trastornos psicológicos, es necesaria la autorización de un médico antes de experimentar el trance. Como con la hipnosis”, confirmó la Dra. Vanhaudenhuyse.

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¿Qué aplicaciones terapéuticas tiene?

El equipo belga está realizando actualmente dos estudios científicos sobre el trance. El primero cuenta con una veintena de participantes-expertos, todos iniciados en trance cognitivo autoinducido por el TranceScience Institute. “Hemos evaluado la percepción de la fuerza muscular y empezamos a trabajar en el dolor”, comentó la Dra. Gosseries.

El segundo estudio incluye a pacientes con cáncer, después del final de su tratamiento. Se formaron tres grupos de 40 personas, dependiendo de sus afinidades por diferentes prácticas. El primer grupo optó por la autohipnosis; el segundo, por la autocompasión consciente (una forma de meditación), y el tercero, por el trance cognitivo autoinducido. “El objetivo es evaluar sus respectivas experiencias y analizar el contenido informado”, continuó la Dra. Gosseries. Se realizan electroencefalogramas periódicamente y se les ofrecen cuestionarios sobre ansiedad, depresión, dolor, fatiga, trastornos cognitivos percibidos o gestión emocional. El protocolo está previsto para cuatro años. Comenzó en enero de 2021 con la ayuda de una estudiante de posdoctorado, Charlotte Grégoire, y una estudiante de doctorado, Nolwenn Marie. Esta investigación está financiada por Télévie (operación benéfica belga y luxemburguesa), la fundación contra el cáncer y la fundación Bial.

El equipo científico espera resaltar las diferencias entre hipnosis, trance y meditación, en términos de mejora de la calidad de vida. Uno puede imaginar que en el futuro se ofrecerá a los pacientes la técnica que más les convenga, dependiendo de sus síntomas.

Formación universitaria

El trance ya está despertando cierto interés. Lo demuestra el lanzamiento de un título universitario, “Estudio de trances y estados modificados de conciencia”, en noviembre de 2021 en la Université Paris 8. “Es el primero en Europa”, se regocijó Bioy, uno de sus iniciadores. De unas 130 solicitudes, 35 estudiantes fueron admitidos. Su perfil: médicos, paramédicos, psicólogos o investigadores. La convocatoria 2021-2022 les permite adquirir bases teóricas sobre el trance en los ámbitos histórico, antropológico y neurocientífico.

Para la práctica será necesario esperar la apertura de un diploma de estudios superiores universitarios en el próximo inicio del año escolar. “Es necesario evaluar el trance cognitivo autoinducido y probarlo antes de proponérselo a los terapeutas”, insistió la Dra. Gosseries. Todavía es demasiado pronto para decir que el trance ha dejado el dominio del esoterismo para entrar en el campo de la atención clínica de apoyo.

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El deterioro cognitivo por COVID-19 podría aumentar las tasas globales de demencia

El deterioro cognitivo es frecuente después de la infección por COVID-19; nuevos hallazgos brindan información muy necesaria sobre la trayectoria dinámica a largo plazo de los cambios cognitivos después de COVID-19.

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“Descubrimos que la COVID-19, especialmente la COVID-19 grave, se asoció con un mayor riesgo de deterioro cognitivo posterior a la infección y una velocidad más rápida de deterioro cognitivo longitudinal”, compartió con Medscape Noticias Médicas el Dr. Yan-Jiang Wang, Ph. D, profesor y director del Departamento de Neurología y el Center for Clinical Neuroscience del Daping Hospital, en Chongqing, China.

Lo que es “más preocupante”, comentó el Dr. Wang, es que la COVID-19 “aumentaría significativamente la carga mundial de demencia en la era posterior a COVID-19”.

El estudio fue publicado en versión electrónica el 8 de marzo en JAMA Neurology.

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Consecuencias cognitivas

Los hallazgos se basan en 1.438 sobrevivientes de COVID-19 (48% hombres; mediana de edad: 69 años), incluidos 260 con enfermedad grave y 1.178 con enfermedad no grave, dados de alta de tres hospitales designados para COVID-19 en Wuhan, China. así como 438 controles no infectados (51% hombres; mediana de edad: 67 años).

Antes de infectarse con COVID-19, ninguno de los participantes del estudio tenía deterioro cognitivo, un trastorno neurológico concomitante o antecedentes familiares de demencia, o enfermedad o malignidad cardiaca, hepática o renal grave.

A los 12 meses posteriores al alta, 12,5% de los sobrevivientes de COVID-19 habían desarrollado deterioro cognitivo, definido por una puntuación de 20 o menos en la entrevista telefónica del estado cognitivo-40 (TICS-40).

A los seis meses, 10% de las personas con COVID-19 grave tenían demencia y a los 12 meses, 15% tenía demencia. A los seis y 12 meses, alrededor de 26% de los pacientes que sobrevivieron a la COVID-19 grave tenían un deterioro cognitivo leve.

La incidencia de demencia y deterioro cognitivo leve fue significativamente mayor en estos casos graves de COVID-19 que en los casos y controles no graves.

En un análisis ajustado, COVID-19 grave se asoció con un mayor riesgo de deterioro cognitivo de aparición temprana (odds ratio [OR]: 4,87; intervalo de confianza de 95% [IC 95%]: 3,30 a 7,20), deterioro cognitivo de aparición tardía (OR: 7,58; IC 95%: 3,58 a 16,03) y deterioro cognitivo progresivo (OR: 19,00; IC 95%: 9,14 a 39,51), y la COVID-19 no grave se asoció con un mayor riesgo de deterioro cognitivo de aparición temprana ( OR: 1,71; IC 95%: 1,30 a 2,27).

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Las complicaciones cognitivas son comunes en la fase aguda de COVID-19; sin embargo, las consecuencias a largo plazo de COVID-19 en la cognición siguen sin estar claras. Este estudio agrega información novedosa sobre el cambio dinámico en la cognición de los sobrevivientes de COVID-19, comentó el Dr. Wang a Medscape Noticias Médicas.

Es de destacar, escribieron los investigadores, el hecho de que 21% de las personas con COVID-19 grave tuvieron un deterioro cognitivo progresivo, lo que sugiere que COVID-19 puede causar daños duraderos en la cognición.

“Estos hallazgos implican que la pandemia podría contribuir sustancialmente a la carga mundial de demencia en el futuro”, agregaron.

“Dado que los sobrevivientes de COVID-19 grave tienen un alto riesgo de desarrollar deterioro cognitivo a largo plazo, se deben tomar medidas para proteger el cerebro en la etapa aguda de la infección y prevenir el deterioro cognitivo después del alta hospitalaria”, concluyó el Dr. Wang.

Este estudio recibió el apoyo de la Fundación Nacional de Ciencias Naturales de China. Los autores han declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

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Trastornos alimentarios: pacientes con trastorno de atracón, los más afectados por la pandemia y el confinamiento

Numerosas las evidencias indican que la situación generada por el SARS-CoV-2 en general y el confinamiento en particular han tenido un impacto significativo en la salud mental de la población. Y también hay datos que reflejan que las personas con trastornos de la conducta alimentaria han sido particularmente vulnerables a esta circunstancia.

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Con la intención de profundizar sobre este impacto, un grupo de especialistas (principalmente psiquiatras, endocrinólogos y fisiólogos) puso en marcha una investigación internacional cuyo objetivo principal fue determinar cómo ha sido la adaptación de estos pacientes a las situaciones creadas por la pandemia.

“En el estudio se evaluó una amplia muestra clínica (829 participantes en total) conformada por individuos con trastornos de la conducta alimentaria procedentes de varios países de Europa (España, Portugal, Austria, Alemania, Rusia, Lituania, República Checa y Ucrania) y Asia (China, Corea y Japón), teniendo en cuenta los diferentes trastornos de la conducta alimentaria y un amplio rango de edad, que incluía población adolescente y adulta. El objetivo fue examinar la sintomatología alimentaria y el estado psicopatológico general de estos pacientes durante la situación de confinamiento a través del uso de un método validado y homogéneo de evaluación, como la COVID-19 Isolation Eating Scale (CIES)”, declaró a Medscape en español Isabel Baenas, del Departamento de Psiquiatría del Hospital Universitario de Bellvitge-IDIBELL de Barcelona, y una de las autoras de la investigación.

Edad, geografía y subtipo de trastorno

Los resultados pusieron en evidencia diferencias en los cambios psicopatológicos asociados principalmente a tres variables: edad, procedencia geográfica y tipo de trastorno de la conducta alimentaria.

Respecto a por qué se seleccionaron específicamente estos tres parámetros para determinar el impacto en estos pacientes, Baenas explicó: “Basándonos en la literatura existente relativa a trastornos de la conducta alimentaria y en los estudios surgidos en relación con la situación de pandemia y confinamiento, se consideró imprescindible evaluar los cambios psicopatológicos a nivel alimentario y general en función del tipo de trastorno alimentario, teniendo en cuenta, por un lado, las diferencias clínicas entre los distintos tipos de trastorno y por otro, los datos que apuntaban a un impacto diferencial de esta situación excepcional entre los diferentes trastornos de la conducta alimentaria”.

“A esto se añade una posible influencia de la edad y factores socio-demográficos, como la procedencia geográfica. Así, en el estudio se hipotetizaron diferencias en cuanto a la personalidad y estrategias de afrontamiento descritas entre individuos de diferentes procedencias geográficas como posibles factores moduladores de la adaptación a una situación adversa estresante, como la pandemia de COVID-19 y el confinamiento asociado”, añadió la experta.

Baenas destacó las principales conclusiones aportadas por esta investigación: “Dentro de los tipos de trastornos de la conducta alimentaria, las personas con un diagnóstico de trastorno por atracón reportaron una mayor repercusión en la sintomatología alimentaria frente a los sujetos con otros trastornos específicos de la conducta alimentaria, en los que se describió una mayor afectación a nivel de psicopatología general (p. ej., ansiedad, síntomas depresivos). Asimismo, en el caso de los pacientes con anorexia nerviosa, la situación pandémica ha podido exacerbar la tendencia al control de la ingesta, describiéndose el patrón restrictivo como el predominante en algunos casos durante este periodo”.

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Mayor sintomatología y aumento de peso

En opinión de Baenas, las razones que explican este mayor impacto en el caso del trastorno de atracón respecto a otros subgrupos de trastornos de la conducta alimentaria son varias: “La alteración del estilo de vida y de las rutinas junto con los cambios en hábitos alimentarios relacionados con el miedo a la falta de provisiones durante el confinamiento (p. ej., almacenar comida en casa), la tendencia al picoteo entre horas, etc., han podido favorecer el aumento de peso en estos pacientes y también en otros, como los que tienen bulimia nerviosa“.

Por su parte, el Dr. Francisco J. Tinahones, director científico del Instituto de Investigación Biomédica de Málaga, IBIMA, y presidente saliente de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO), que también participó en el estudio, puso de relieve otro factor importante: la mayor vulnerabilidad frente al aumento del peso de aquellos individuos que ya presentan sobrepeso y obesidad (afecciones frecuentemente comórbidas en los casos de trastorno por atracón), que también podrían haber influido en los cambios de peso observados en las personas con este trastorno, así como en el mayor impacto de la psicopatología alimentaria respecto a otro tipo de trastornos de la conducta alimentaria.

“De hecho, en muchos pacientes con obesidad el trastorno por atracón está en la génesis de su problema. El estudio refleja que los pacientes con trastorno por atracón son en los que más se han incrementado los síntomas relacionados con la ansiedad y la depresión y a su vez esto puede haber generado más conductas relacionadas con la ingesta compulsiva de alimentos y, por tanto, favorecer un mayor aumento de peso”, comentó el Dr. Tinahones a Medscape en español.

El estudio también demostró que en general los pacientes jóvenes/adolescentes tuvieron una mejora significativa en sus hábitos alimentarios, en comparación con las personas con trastornos de la conducta alimentaria de más edad, que reportaron cambios significativos en su peso o en su índice de masa corporal y también un mayor impacto psicológico. Estos datos difieren de los descritos en la población en general, en que los pacientes más jóvenes se adaptaron peor al confinamiento.

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Factor “juventud” y diferencias Europa-Asia

“Una posible explicación de estos resultados podría ser que las personas más jóvenes pudieron estar supervisadas y acompañadas con más frecuencia durante este periodo, lo que constituye un posible factor de protección. Asimismo, la familiarización de los jóvenes con las redes sociales podría implicar una mejor adaptación a la modalidad de tratamiento en línea, favoreciendo el cumplimiento terapéutico y el mantenimiento de las rutinas académicas o laborales, así como el contacto social”, apuntó Baenas.

Respecto a que al igual que el “factor juventud”, ha habido alguna otra circunstancia relacionada con estos trastornos en que la pandemia haya revelado un impacto positivo, el Dr. Tinahones destacó el hecho de que se ha apreciado una disminución del abuso de alcohol y de drogas, fundamentalmente en el caso de Europa, “sin duda, un dato favorable tanto en el caso de estos pacientes como de la población en general”.

En cuanto a que se hayan observado diferencias significativas entre los resultados de los pacientes europeos y los asiáticos, los autores destacaron que al igual que en el caso de los jóvenes, quienes procedían de Asia, manifestaron una mayor resiliencia. “Aunque los individuos de ambos grupos experimentaron un aumento de peso durante el confinamiento, los sujetos asiáticos reportaron una mejora de la sintomatología alimentaria en este periodo”, destacó Baenas.

El Dr. Tinahones señaló que lo más destacable en este sentido se refiere a la sintomatología relacionada con el estado anímico, que se acrecentó más en Europa que en Asia. “Además de un aumento de peso y del índice de masa corporal, en los pacientes europeos se observó un incremento significativo de los síntomas de depresión y ansiedad (CIES-F3)”.

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La vía del abordaje en línea y otras lecciones aprendidas

En relación a qué lecciones se pueden extraer de estas evidencias de cara tanto al abordaje de estos pacientes en la etapa pos-COVID-19 como en relación a los enfoques terapéuticos actuales, Baenas reconoció que la necesidad de implementar las estrategias de abordaje diagnóstico y terapéutico en situaciones adversas como la pandémica, que supone un cambio radical y abrupto, no solo en la forma de vida cotidiana, sino también en el modo tradicional del abordaje de estos trastornos, ha representado todo un reto tanto para estos pacientes como para los especialistas que los tratan.

“En estas circunstancias se considera de vital importancia poder adaptar los formatos convencionales, por ejemplo, a la modalidad en línea, preservando el cumplimiento terapéutico y la alianza con el paciente. Por otro lado, buscar el apoyo externo del entorno socio-familiar de los pacientes y su implicación proactiva (consiguiendo que estén motivados en estas situaciones adversas) también es un punto clave que se podría considerar como un aprendizaje de esta situación, así como la necesidad de fomentar y difundir pautas psicoeducativas, una medida que ha demostrado ser muy relevante”, apuntó Baenas.

Por su parte, el Dr. Tinahones hizo hincapié en que al hilo de estos resultados, la conclusión más clara que se puede extraer de la situación vivida en el marco de la COVID-19 es que la pandemia en general y el confinamiento en particular han empeorado la salud mental a nivel global.

Finalmente, sobre la intención de continuar con este estudio o de iniciar una nueva investigación en esta línea, Baenas puso de relieve que este trabajo surge de una colaboración multicéntrica de diferentes grupos de investigación con amplia experiencia clínica en trastornos de la conducta alimentaria a niveles europeo y asiático, “de ahí que la posibilidad de establecer y mantener redes de colaboración a este nivel, disponiendo de resultados clínicos no solo a nivel nacional, sino internacional, sea de gran relevancia. Por otro lado, conocer la magnitud del impacto de situaciones adversas, como la vivida en el marco de la pandemia de COVID-19, en estos pacientes es importante no solo a corto, sino también a medio y largo plazos, motivo por el que muchas investigaciones actuales están centrando sus esfuerzos en profundizar en estos aspectos mediante diseños longitudinales”.

El Dr. Tinahones y Baenas han declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

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Boosters 90% Effective at Preventing Omicron Hospitalizations

Booster shots of the Pfizer and Moderna COVID-19 vaccines appear to be highly effective at preventing hospitalizations due to the Omicron variant, according to three new CDC studies published on Friday.

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The extra doses were 90% effective at keeping people out of the hospital after infection and 82% effective at preventing emergency department and urgent care visits.

“These reports add more evidence to the importance of being up to date with COVID vaccinations,” Rochelle Walensky, MD, director of the CDC, said Friday during a news briefing by the White House COVID-19 Response Team.

Data from Israel and other countries have suggested that booster shots can prevent severe illness and hospitalization, but it hasn’t been clear until now whether extra doses would have the same effect in the U.S. In the three CDC studies, researchers reviewed millions of cases and tens of thousands of hospitalizations and deaths during the Delta and Omicron waves.

In one study, researchers analyzed hospitalizations and visits to emergency departments and urgent care clinics in 10 states between the end of August 2021 and beginning of January 2022. Vaccine effectiveness against hospitalization with Omicron fell to 57% for those who had received their second dose more than 6 months earlier. A booster shot restored protection to 90%.

In a second study, researchers analyzed nearly 10 million COVID-19 cases and more than 117,000 deaths reported at 25 state and local health departments between April and December 2021. Cases and deaths were lower among people who had received a booster dose, as compared with those who were fully vaccinated but not boosted. Cases and deaths were even lower among boosted Americans than among those who were unvaccinated.

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In a third study, which was published in JAMA, the journalof the American Medical Association, researchers looked at data from more than 70,000 people who got tested for COVID-19. A third dose provided more protection against infections with symptoms than two doses or no doses. Full vaccination and boosters protected less against the Omicron variant than against the Delta variant.

The CDC also released data on Thursday that showed unvaccinated adults ages 65 and older who are infected with COVID-19 are 49 times more likely to be hospitalized than those who are vaccinated and have received booster shots. Among ages 50 and older, unvaccinated adults are 45 times more likely to be hospitalized than those who are vaccinated and boosted.

“There are still millions of people who are eligible for a booster dose and have not yet received one,” Walensky said Friday. “As we continue to face the Omicron variant, representing over 99% of infections in the United States today, I urge all who are eligible to get their booster shot to get it as soon as possible.”

Sources 

White House: “Press Briefing by White House COVID-19 Response Team and Public Health Officials,” Jan. 21, 2022.

Cómo la pandemia condujo a la confusión y al descubrimiento

En marzo de 2020, cuando el mundo entraba al inicio de una pandemia global, 61 miembros del Coro de Skagit Valley, en el noroeste del estado de Washington, Estados Unidos, se reunieron para un ensayo de 2 horas. Siguieron las precauciones recomendadas por los funcionarios de salud locales, evitando el contacto físico, usando desinfectante para manos y manteniendo la distancia social.

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En cuestión de semanas 52 miembros del coro fueron diagnosticados con COVID-19, varios fueron hospitalizados y dos fallecieron. Inicialmente los expertos estaban desconcertados acerca de las razones.

“Sabías que solo había algo que habían compartido todos los que estaban en esa habitación y era el aire. Sin duda, eso es lo que condujo a la propagación”, señaló Kimberly Prather, Ph. D., profesora en la Scripps Institution of Oceanography, en San Diego, Estados Unidos, especialista en química de aerosoles.

Fue un momento crucial en una pandemia que ha creado cambios tectónicos en nuestras vidas en el hogar, el trabajo y el ocio. La pandemia también ha provocado cambios importantes en el mundo de la salud, la medicina y la ciencia, algunos de los cuales probablemente seguirán presentes una vez que el virus ya no domine los titulares de las noticias diarias.

El dogma de las gotas

Durante la mayor parte del siglo pasado hubo un amplio consenso entre los expertos en salud pública de que la propagación de enfermedades respiratorias, como los resfriados comunes y la gripe ocurrían en gran medida cuando las personas entraban en contacto con gotas más grandes, pesadas y cargadas de partículas víricas expulsadas por las personas al toser o estornudar.

Según esta teoría, tenías que estar lo suficientemente cerca de una persona enferma cuando tosía o estornudaba para contagiarte o debías tocar una superficie donde recientemente habían caído algunas de estas gotas grandes.

Este dogma de las gotas formó el fundamento de las medidas de salud iniciales con las que muchas personas se familiarizaron en los primeros días de la pandemia, como el distanciamiento social de 1,5 metros y la limpieza frecuente de las superficies del hogar y el lugar de trabajo, que condujeron a una escasez de toallitas y espray antibacterial.

Se pensaba que la verdadera propagación de infecciones por el aire era escasa. El experto en enfermedades infecciosas, Jeffrey Shaman, Ph. D., escuchó los primeros consejos de los expertos en salud y los presentadores de noticias sobre cómo se transmitía COVID-19 por gotas y se mostró incrédulo.

“Estoy sentado allí, volviéndome loco, gritando al televisor y diciendo: ‘¿Cómo sabemos esto? ¡Es un virus nuevo!'”, comentó Shaman, director del Programa de Clima y Salud de la Columbia University, en Nueva York, Estados Unidos, cuyo trabajo se centra en el modelado de la propagación de enfermedades infecciosas.

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Siguieron más brotes, como el del estado de Washington, Estados Unidos. Gradualmente se hizo más claro que cantar y hablar en voz alta, como lo haría la gente en una iglesia o en un restaurante o bar concurrido, eran escenarios óptimos para generar la propagación de diminutos aerosoles flotantes del virus SARS-CoV-2 que podrían permanecer en el aire durante horas. Las iglesias fueron duramente golpeadas, probablemente porque son un lugar donde la gente se para cerca y canta.

Pronto quedó claro que la COVID-19 no era la única enfermedad infecciosa que depende de los aerosoles para propagarse. Cuando el uso de mascarillas se convirtió en una norma social en muchas partes de Estados Unidos, los casos de influenza y virus sincitial respiratorio o resfriados comunes, casi desaparecieron. Estas enfermedades regresaron en 2021, después de que Centers for Disease Control and Prevention (CDC) de Estados Unidos recomendó que las personas vacunadas podían quitarse las mascarillas y su uso disminuyó.

La pandemia de COVID-19 ha llevado a los científicos a reevaluar el papel y la frecuencia de la transmisión por aerosol.

“Realmente creo que nunca habría habido una pandemia si solo fuera por el rociado de gotas, las personas rociando y tosiendo entre sí. Esto está siendo impulsado por compartir el aire en el interior”, destacó Prather.

Métodos de prueba puestos a prueba

Otra idea importante que surgió de la pandemia es el concepto de que una prueba rápida puede decirle si podría ser contagioso.

Al comienzo de la pandemia la mayoría de las pruebas para el virus SARS-CoV-2 se realizó con reacción en cadena de la polimerasa, que es muy sensible y precisa para detectar COVID-19. La justificación de este enfoque en las pruebas de reacción en cadena de la polimerasa fue que debido a su sensibilidad podían detectar el virus en una etapa temprana, por lo que los pacientes podían buscar tratamiento y limitar la propagación de la enfermedad a otros.

Los esfuerzos en ese momento se centraron en hacer que las pruebas de reacción en cadena de la polimerasa estuvieran más disponibles, con tiempos de respuesta más rápidos.

Pero algunos expertos, como Michael Mina, Ph. D., jefe de diagnóstico de virología molecular en Brigham and Women’s Hospital, en Boston, Estados Unidos, vieron fallas en esta estrategia. Por un lado, las pruebas de reacción en cadena de la polimerasa (PCR) eran demasiado escasas para detectar a la mayoría de las personas que tenían el virus y no eran una herramienta útil para los funcionarios de salud pública que intentaban evitar la transmisión mediante el rastreo de contactos.

“De 1 de cada 10 diagnosticados, la mayoría se diagnostica después de que es infecciosa”, explicó en un pódcast en julio de 2020.

Los estudios de Mina mostraron que las personas infectadas con SARS-CoV-2 tenían los niveles más altos de virus en sus cuerpos al principio de la infección, a menudo antes de que mostraran algún síntoma y las cargas virales altas están estrechamente relacionadas con la transmisión.

Lo que se necesitaba era una prueba “suficientemente buena” que fuera relativamente económica y fácil de usar, para que las personas con el virus supieran rápidamente cuándo podrían ser un riesgo para los demás, señaló Mina.

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Mina ha sido un defensor del tipo de pruebas rápidas de antígenos que la gente compra ahora en farmacias, cuando pueden encontrarlas. Un resultado positivo significa que hay que quedarse en casa porque podría transmitir la infección a otras personas. Un resultado negativo no descarta COVID-19, pero sugiere que no representa un riesgo para los demás.

Estados Unidos ha llegado a adoptar las pruebas rápidas, aunque aún no ha producido suficientes ni las ha hecho lo bastante baratas para que las personas las usen con frecuencia. La administración de Biden lanzó un sitio web que ofrece cuatro pruebas gratuitas para todos los hogares del país. Ahora también se requiere que las compañías de seguros de salud reembolsen las pruebas compradas por el público.

Stephen Kissler, Ph. D., becario posdoctoral en la Harvard T. H. Chan School of Public Health, en Boston, Estados Unidos, comentó que darse cuenta de esto fue un momento decisivo para los epidemiólogos.

“Hasta este punto, muchos de nosotros, incluso los que somos epidemiólogos, hemos pensado en estas discretas fases separadas en las que una persona es susceptible a enfermedades, se infecta y luego se recupera. Y pasas de una etapa a la otra de manera muy predecible”, agregó.

“La cantidad de virus que se produce y durante cuánto tiempo se produce es realmente importante en términos de su capacidad para propagar el virus y para detectar el virus en alguien que ha sido infectado”, puntualizó Kissler.

Una vez que termine la pandemia es muy probable que la autoevaluación de patógenos se mantenga y se vuelva más sofisticada, señaló Shaman, de Columbia University, en Nueva York, Estados Unidos.

“Esta idea de poder evaluarse a sí mismo se está moviendo hacia algo tipoStar Trekkie en la que vamos a tener dispositivos que nos permitan evaluar múltiples patógenos y nos brinden la información sobre lo que tenemos para que no tengamos que salir y exponer a otras personas a ellos”, dijo Shaman.

Publicación rápida: “Bendición y maldición”

La pandemia también aceleró rápidamente la forma en que se comparte la información científica.

Hace apenas unos años, si un científico hacía un nuevo descubrimiento importante escribía un estudio y lo enviaba a una revista académica revisada por pares. A partir de ahí el manuscrito tenía que pasar por una serie de revisiones por parte de científicos, editores y otros, que consumían mucho tiempo antes de su publicación final.

Debido a que las revistas más destacadas son muy selectivas, la norma era que un investigador enviara su trabajo a varias revistas antes de que su artículo fuera aceptado y finalmente publicado. El proceso podría llevar meses o incluso años.

Después de que el SARS-CoV-2 surgiera y se propagara rápidamente, tales demoras en compartir la investigación de científicos de todo el mundo se convirtieron en un obstáculo para comprender la ciencia detrás de la pandemia. Miles de personas fallecían cada día y el mundo necesitaba urgentemente respuestas sobre este virus altamente destructivo.

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Los servidores de preimpresión que publican versiones preliminares de manuscritos científicos, antes de la revisión por pares, como medRxiv(pronunciado med-archive, por el nombre de la letra griega X), se convirtieron en la forma preferida de compartir hallazgos biomédicos rápidamente con otros investigadores, funcionarios de salud y el público.

Los documentos enviados a medRxiv tampoco se editan, aunque se analizan en busca de contenido dañino o no científico, según el sitio web del servidor. La eliminación de esos pasos reduce el tiempo que lleva publicar de meses o años a 4 o 5 días. La revisión por pares a veces, pero no siempre, llega más tarde, después de que el artículo haya sido aceptado por una revista científica.

Mientras tanto, las universidades y otras instituciones se han unido a la estampida, produciendo comunicados de prensa sobre nuevas investigaciones de COVID-19 por parte de miembros de la facultad, a menudo antes de que esos hallazgos hayan sido examinados adecuadamente. Ese cambio ha creado dilemas para periodistas, investigadores y otras personas que intentan comprender la calidad de la evidencia.

El resultado ha sido desordenado. Según Retraction Watch, un sitio web que sigue las publicaciones científicas, se han retractado o retirado más de 206 artículos sobre COVID-19 desde el comienzo de la pandemia. En algunos casos, las remociones involucraron mala práctica; en otros, los resultados no fueron fiables por otras razones.

Uno de los más dañinos fue una preimpresión publicada en el servidor de Research Square que promocionaba la eficacia y seguridad de ivermectina, un tratamiento antiparasitario, para prevenir y tratar COVID-19.

Tanto ese estudio como un metanálisis que se basó en gran medida en él fueron retirados “debido a datos fraudulentos”, comentó el editor de la revista que publicó el artículo. Otro estudio ampliamente citado sobre ivermectina, de Argentina, fue cuestionado después de que los reporteros de BuzzFeed Newsintentaran profundizar en algunas de sus afirmaciones.

Desafortunadamente, el retiro se produjo después de que los políticos y otras personas promocionaran el uso de ese fármaco como tratamiento para COVID-19, según la cobertura de Retraction Watch.

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Su editor también retiró otro artículo que afirmaba que los casos de miocarditis en adolescentes aumentaron después de que se aprobó la vacuna COVID-19 para ese grupo de edad. Uno de sus coautores, el Dr. Peter McCullough, cardiólogo y maestro en salud pública, fue retirado de las facultades de varias universidades y hospitales de Texas después de que promoviera el uso de tratamientos no probados para la enfermedad y cuestionara la eficacia de las vacunas contra la COVID-19.

Pero el ritmo acelerado de publicación no ha sido del todo malo. Los logros significativos (nuevas vacunas creadas, probadas y distribuidas en menos de un año) florecieron en un tiempo récord. A los pocos días de su identificación, los investigadores publicaban preimpresiones sobre la capacidad de ómicron para escapar de la inmunidad y transmitirse rápidamente, dando a los países un tiempo crítico para prepararse.

“Ha habido un lado bueno. Teníamos que obtener las soluciones para algunas de estas cosas rápidamente, y esa era la única manera”, señaló Prather. Muchos expertos creen que es probable que la publicación de estudios no revisados por pares seguirá siendo una parte importante de cómo se difunda la ciencia en el futuro.

Michael Osterholm, Ph. D., que dirige el Center for Infectious Disease Research and Policy de la University of Minnesota, consideró que el cambio general en las publicaciones científicas podría ser un arma de doble filo.

“Creo que es una bendición y una maldición, todo en el mismo paquete. Creo que eso ha llevado a una rápida difusión de información muy importante, pero también creo que ha llevado a información errónea no intencional”, concluyó Osterholm.

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