¿Protegen los ácidos grasos omega-3 contra los episodios depresivos?

Una nueva investigación sugirió que existían asociaciones “significativas” entre una mayor ingesta dietética de ácidos grasos omega-3 y un menor riesgo de episodios depresivos.

En un estudio longitudinal de más de 13.000 participantes, el consumo de ácidos grasos omega-3 (totales y subtipos) se asoció con una reducción de 2% a 65% en el riesgo de episodios depresivos en pacientes con episodios depresivos al inicio del estudio.

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Además, el consumo de ácidos grasos totales y ácido alfa-linolénico se asoció con un riesgo reducido de episodios depresivos incidentes (9% y 29%, respectivamente).

“Nuestros resultados mostraron un importante efecto protector del consumo de omega-3”, escribieron Maria de Jesus Mendes da Fonseca, de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro, en Río de Janeiro, Brasil, y sus colaboradores.

Los hallazgos se publicaron en versión electrónica el 7 de agosto en Nutrients.

Con respecto a la aparición de episodios depresivos, las estimaciones del modelo totalmente ajustado sugirieron que un mayor consumo de ácidos omega-3 (totales y subtipos) se asocia con un menor riesgo de episodios depresivos, con asociaciones significativas para omega-3 y alfa-ácido linolénico.

Los investigadores señalaron que las fortalezas del estudio incluyen “su originalidad, ya que es el primero en evaluar asociaciones entre el mantenimiento y la incidencia de episodios depresivos y el consumo de omega-3, además del uso de datos del ELSA-Brasil, con rigurosos protocolos de recolección de datos e instrumentos confiables y validados, que garantizaron la calidad de la muestra y de los datos”.

Sin embargo, una limitación fue que la muestra del ELSA-Brasil está compuesta solo por empleados públicos, con el potencial de un sesgo de selección, como el fenómeno del trabajador sano, observaron los investigadores. Otro fue el uso del Food Frequency Questionnaire, que puede subestimar la ingesta diaria de alimentos y depende del recuerdo individual de los participantes, todo lo cual podría conducir a un sesgo de clasificación diferencial.

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Interpretar con cautela

Al comentar el estudio para Medscape Noticias Médicas, el Dr. David Mischoulon, Ph. D., profesor de psiquiatría de la Harvard Medical School y director del Programa de Depresión Clínica e Investigación en el Massachusetts General Hospital, Boston, Estados Unidos, dijo que los datos sobre omega-3 en la depresión son “demasiado mixtos”.

“Muchos de los estudios no necesariamente concuerdan entre sí. Ciertamente, en los estudios que intentan buscar una asociación entre el uso de omega-3 y la depresión siempre es complicado porque puede ser difícil controlar todas las variables que podrían estar contribuyendo al resultado que obtienes”, dijo el Dr. Mischoulon, quien también es miembro de la Anxiety and Depression Association of America y no participó en la investigación.

 

¿Riesgo de esquizofrenia en parte arraigado en el acceso a espacios verdes?

Los habitantes de la ciudad con una alta exposición a los espacios verdes tienen un riesgo significativamente menor de desarrollar esquizofrenia que sus contrapartes que viven en áreas con pocos espacios verdes, según muestra un nuevo estudio.

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Los investigadores, dirigidos por Martine Rotenberg, MD, Centro para la Adicción y la Salud Mental y la Universidad de Toronto, Canadá, encontraron que las personas que vivían en áreas con los niveles más bajos de espacios verdes tenían un 24 % más de probabilidades de desarrollar esquizofrenia.
Este estudio contribuye a un creciente cuerpo de evidencia que muestra la importancia de la exposición a los espacios verdes para la salud mental.
“Estos hallazgos contribuyen a una creciente base de evidencia de que los factores ambientales pueden desempeñar un papel en la etiología de la esquizofrenia”, escriben los investigadores.
El estudio fue publicado en línea el 4 de febrero en el Canadian Journal of Psychiatry.
Mecanismo subyacente desconocido

Para el estudio, los investigadores utilizaron una cohorte retrospectiva basada en la población de 649 020 personas de entre 14 y 40 años de edad de diferentes vecindarios en Toronto, Ontario.
El espacio verde se calculó utilizando datos geoespaciales de todos los parques públicos y espacios verdes de la ciudad, datos extraídos de la herramienta de evaluación y respuesta de equidad en salud urbana.
Durante un período de 10 años, 4841 participantes fueron diagnosticados con esquizofrenia.
Aquellos que vivían en vecindarios con la menor cantidad de espacios verdes tenían significativamente más probabilidades de desarrollar esquizofrenia que aquellos que vivían en áreas con más espacios verdes, incluso después de ajustar por edad, sexo y marginación a nivel de vecindario (tasa de tasa de incidencia ajustada [ TIR], 1,24;IC 95%, 1,06 – 1,45).

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En general, el riesgo de esquizofrenia también fue elevado en los hombres frente a las mujeres (IRR ajustada, 1,59; IC del 95 %, 1,50 – 1,68). Aquellos que vivían en áreas con cantidades moderadas de espacios verdes no tenían un mayor riesgo de esquizofrenia.
“Descubrimos que residir en un área con la menor cantidad de espacios verdes se asoció con un mayor riesgo de desarrollar esquizofrenia, independientemente de otros factores sociodemográficos y socioambientales”, señalan los investigadores. “El mecanismo subyacente en juego es desconocido y requiere más estudio”.

Una posibilidad, agregaron, es que la exposición a espacios verdes pueda reducir el riesgo de contaminación del aire, lo que, según otros estudios, podría estar asociado con un mayor riesgo de esquizofrenia.
El nuevo estudio se basa en un informe de 2018 de Dinamarca que mostró un aumento del 52 % en el riesgo de trastornos psicóticos en la edad adulta entre las personas que pasaron su infancia en barrios con pocos espacios verdes.

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Datos longitudinales importantes

Al comentar sobre los hallazgos para Medscape Noticias Médicas, John Torous, MD, director de psiquiatría digital en el Centro Médico Beth Israel Deaconess, Boston, Massachusetts, dijo que el estudio brinda importantes datos longitudinales.
“La duración de 10 años del estudio y el gran tamaño de la muestra hacen que los resultados sean muy convincentes y ayudan a confirmar lo que se ha pensado sobre los espacios verdes y el riesgo de esquizofrenia”, dijo Torous.
“A menudo, pensamos en los espacios verdes a un nivel muy macro”, agregó. “Este estudio es importante porque nos muestra que los espacios verdes son igualmente importantes a nivel de cuadra por cuadra”.

Ansiedad, dolor, depresión: ¡entra en trance!

El trance, una práctica tradicional de los chamanes de Mongolia, fascina a los neurocientíficos. Ahora se enseña en una universidad parisina e incluso podría constituir una nueva oferta de atención en oncología o en dolor crónico, junto con la hipnosis y la meditación. A continuación las explicaciones de tres científicos.

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Viajes a Mongolia

Sus pacientes aún no lo saben, pero en los próximos años es posible que un médico o un psicólogo les sugiera entrar en trance. ¿Cómo podrían estas prácticas chamánicas, a priori muy alejadas de nuestra cultura occidental, entrar en el campo del cuidado?

Todo comenzó con la experiencia de Corine Sombrun, una etnomúsica que experimentó el trance durante un viaje a Mongolia en 2001. De regreso a Francia, entró en contacto con científicos y en 2019 fundó el TranceScience Research Institute, cuyo propósito es fundamentar esta práctica con bases científicas sólidas. Este instituto ahora colabora con neurocientíficos, especialistas en estados alterados de conciencia, en particular el equipo GIGA-Consciousness de la Université de Liège en Lieja, Bélgica, dirigido por el neurólogo Steven Laureys. Una carrera universitaria incluso recibió a sus primeros estudiantes en noviembre de 2021, en la Université Paris 8, en Saint-Denis, Francia, bajo la dirección de un especialista en hipnosis, el profesor Antoine Bioy, psicólogo clínico y profesor de psicología clínica y psicopatología en la Université Paris 8.

Trance, hipnosis, meditación: ¿cuáles son las diferencias?

El trance le permite experimentar un “estado alterado de conciencia” como la hipnosis o la meditación. “El trance se caracteriza por cambios en la autoconciencia y la conciencia del entorno. Esta conciencia puede ser más amplia, más extensa”, explica la Dra. Audrey Vanhaudenhuyse, neuropsicóloga, investigadora del Interdisciplinary Algology Center del Centre Hospitalier Universitaire (CHU) de Liège y directora de GIGA-Consciousness: Sensation & Perception Research Group.

Publicado en 2017, un estudio sobre el trance chamánico, dirigido por un equipo de psiquiatras canadienses y Corine Sombrun, analizó no solo los detalles del electroencefalograma en estado de trance, sino también los relatos de un voluntario. Se trata de distorsiones temporales, aumento de la fuerza muscular, desaparición del dolor… “Estos trabajos, con muestras pequeñas, deben ser verificados por estudios más robustos y de mayor tamaño. Y eso es precisamente lo que estamos haciendo en la Universidad y en el CHU de Lieja”, especificó la Dra. Vanhaudenhuyse.

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Cada trance es diferente

Para entrar en un estado alterado de conciencia se necesita un inductor. En el caso de la hipnosis, el psicoterapeuta desempeña este papel. Por la fuerza de la sugestión, atrae la atención del sujeto hacia un elemento visual o una sensación corporal, por ejemplo, de ligereza o pesadez. En la meditación, esta atención se centra en el flujo de pensamientos, en la respiración o en un objeto.

Entrar en trance es diferente. “El trance es como una cerradura. Distintos juegos de teclas pueden inducirlo”, observó Bioy. Puede desencadenarse por un sonido, una vocalización o un simple movimiento del cuerpo. Cada uno tiene que encontrar su propia llave. Las primeras sesiones se realizan con la ayuda de un “facilitador”, una persona iniciada que, según Bioy, “animará con su presencia a soltarse a lo que viene”.

Según él, también se puede “poner una intención” en el trance, por ejemplo, redescubriendo un recuerdo de la infancia o dejando el propio cuerpo. La experiencia, siempre poderosa, no es necesariamente agradable. “El trance suscita muchas emociones al principio y luego se va aclarando con el tiempo y la práctica”, especificó la Dra. Vanhaudenhuyse quien no dudó en probarlo. Su colega, la Dra. Olivia Gosseries, cualificada investigadora del Fonds de la recherche scientifique (FNRS) y codirectora del Coma Science Group(laboratorio de GIGA-Consciousness), recuerda sus ganas de vomitar, “como si no hubiera digerido algo, como si tuviera que salir para sentirme mejor después”.

Trance, una habilidad innata

Según el TranceScience Institute, unos pocos días de aprendizaje son suficientes para iniciar lo que Corine Sombrun llama “trance cognitivo autoinducido”, un estado en el que uno entra voluntariamente, sin ayuda externa. “Cuanto más practiques, más fácil será entrar en él. Es una habilidad innata. Todos somos capaces de entrar en trance o hipnosis, pero con diferentes sensibilidades”, observó la Dra. Vanhaudenhuyse.

El trance no está reservado para unos pocos iniciados. La mayoría de las personas pueden experimentar esto. “Según Corine Sombrun, 80% de las personas logran entrar en trance en el primer intento, 90% en el segundo intento. Estas cifras, que quedan por confirmar, son comparables a las de la hipnosis, que también tiene 10% de personas resistentes”, estimó Bioy.

Sin embargo, los investigadores siguen siendo cautelosos. Por su carga emocional, es probable que el trance pueda desequilibrar una mente frágil. “No es raro. En caso de trastornos psicológicos, es necesaria la autorización de un médico antes de experimentar el trance. Como con la hipnosis”, confirmó la Dra. Vanhaudenhuyse.

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¿Qué aplicaciones terapéuticas tiene?

El equipo belga está realizando actualmente dos estudios científicos sobre el trance. El primero cuenta con una veintena de participantes-expertos, todos iniciados en trance cognitivo autoinducido por el TranceScience Institute. “Hemos evaluado la percepción de la fuerza muscular y empezamos a trabajar en el dolor”, comentó la Dra. Gosseries.

El segundo estudio incluye a pacientes con cáncer, después del final de su tratamiento. Se formaron tres grupos de 40 personas, dependiendo de sus afinidades por diferentes prácticas. El primer grupo optó por la autohipnosis; el segundo, por la autocompasión consciente (una forma de meditación), y el tercero, por el trance cognitivo autoinducido. “El objetivo es evaluar sus respectivas experiencias y analizar el contenido informado”, continuó la Dra. Gosseries. Se realizan electroencefalogramas periódicamente y se les ofrecen cuestionarios sobre ansiedad, depresión, dolor, fatiga, trastornos cognitivos percibidos o gestión emocional. El protocolo está previsto para cuatro años. Comenzó en enero de 2021 con la ayuda de una estudiante de posdoctorado, Charlotte Grégoire, y una estudiante de doctorado, Nolwenn Marie. Esta investigación está financiada por Télévie (operación benéfica belga y luxemburguesa), la fundación contra el cáncer y la fundación Bial.

El equipo científico espera resaltar las diferencias entre hipnosis, trance y meditación, en términos de mejora de la calidad de vida. Uno puede imaginar que en el futuro se ofrecerá a los pacientes la técnica que más les convenga, dependiendo de sus síntomas.

Formación universitaria

El trance ya está despertando cierto interés. Lo demuestra el lanzamiento de un título universitario, “Estudio de trances y estados modificados de conciencia”, en noviembre de 2021 en la Université Paris 8. “Es el primero en Europa”, se regocijó Bioy, uno de sus iniciadores. De unas 130 solicitudes, 35 estudiantes fueron admitidos. Su perfil: médicos, paramédicos, psicólogos o investigadores. La convocatoria 2021-2022 les permite adquirir bases teóricas sobre el trance en los ámbitos histórico, antropológico y neurocientífico.

Para la práctica será necesario esperar la apertura de un diploma de estudios superiores universitarios en el próximo inicio del año escolar. “Es necesario evaluar el trance cognitivo autoinducido y probarlo antes de proponérselo a los terapeutas”, insistió la Dra. Gosseries. Todavía es demasiado pronto para decir que el trance ha dejado el dominio del esoterismo para entrar en el campo de la atención clínica de apoyo.

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Un informe internacional señala la depresión como crisis global desatendida

La depresión debe considerarse un problema de salud pública que tiene que afrontarse como una crisis global relevante. Esta conclusión forma parte del informe más completo publicado sobre este tema en la revista The Lancet. Se calcula que 5% de la población adulta mundial sufre depresión, aunque existen diferencias regionales.

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El artículo publicado el martes 15 de febrero fue elaborado por 25 especialistas de 11 países que forman la Lancet-World Psychiatric AssociationCommission para la depresión. Este grupo, que comprende disciplinas de neurociencia para la salud global y varios profesionales con experiencia en depresión, investigó y revisó estudios durante casi cuatro años para llegar a las recomendaciones presentadas.

El Dr. Christian Kieling, psiquiatra y profesor asociado de la Universidade Federale do Rio Grande do Sul, en Porto Alegre, Brasil, y copresidente de la comisión internacional, afirmó que “no hay otra enfermedad tan frecuente, tan onerosa, tan universal ni tan tratable como la depresión, pero recibe poca atención y recursos públicos”.

Los mitos y los prejuicios que siguen interfiriendo en la compresión de esta enfermedad y la falta de recursos psicosociales y económicos preocupan a los comisionados. En los países con renta alta no se diagnostican ni reciben tratamiento al menos 50% de las personas con depresión. Esta situación se complica en los países con una renta media o baja como Brasil, donde el porcentaje de pacientes sin diagnosticar alcanza 80% a 90%. Este panorama empeoró por la pandemia de COVID-19, que provocó dificultades adicionales como aislamiento social, luto, incertidumbre, dificultades y acceso limitado a los servicios sanitarios.

Todo esto subió el costo elevado que supone esta enfermedad. Los comisionados creen que incluso antes de la pandemia de COVID-19 la pérdida de productividad económica ligada a la depresión costaba a la economía global casi 1 billón de dólares estadounidenses al año.

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La inmersión en este tema llevó a los comisionados a proponer que el diagnóstico de la depresión sea una prioridad e implique más especialidades aparte de la psiquiatría y la psicología. La intención es que la identificación de los signos y los síntomas forme parte de las consultas de varias especialidades, igual que sucede con la diabetes y la hipertensión, enfermedades que deben ser comprobadas por todos los médicos.

La comisión también señaló que es preciso formar e implicar en la atención a esta enfermedad a una red todavía más amplia. “Debemos preparar a las personas con experiencia en depresión junto a las familias, los profesionales, los políticos y la sociedad civil para enfrentarse a la avalancha de necesidades desatendidas, además de compartir sus experiencias para prevenir la estigmatización, apoyar a otras personas con informaciones sobre la enfermedad y posibilidades de ayuda y dedicar más recursos para programas basados en evidencias científicas”, explicó el coautor Dr. Charles Reynolds, del Departamento de Psiquiatría de la University of Pittsburgh School of Medicine, en Pittsburgh, Estados Unidos.

Los comisionados argumentan que la implicación de personal no especialista reclutado localmente, con amplia disponibilidad y costo bajo, como agentes comunitarios de salud y consejeros sin experiencia, sería una forma de afrontar la escasez de profesionales sanitarios cualificados y de superar los obstáculos económicos.

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Método más amplio

Los comisionados revisaron también el sistema actual de clasificación de las personas con síntomas de depresión. Llegaron a la conclusión de que usar solo dos categorías (depresión clínica o no) es una simplificación que no tiene en cuenta la variedad de síntomas y de manifestaciones ni tampoco es suficiente para iniciar el tratamiento. Por estos motivos recomiendan un método más personalizado y por etapas.

“De manera parecida al tratamiento del cáncer, el método por etapas analiza la depresión a lo largo de una evolución continua, del bienestar al sufrimiento transitorio, hasta un trastorno depresivo real y proporciona una estructura para recomendar intervenciones proporcionadas desde el inicio de la enfermedad”, observó el Dr. Vikram Patel, Ph. D., y profesor adjunto de Salud global del Departamento de Salud Global y Medicina Social de la Harvard Medical School, en Boston, Estados Unidos.

A pesar de que es una enfermedad frecuente, la depresión sigue siendo objeto de mucha desinformación y prejuicio. Por este motivo, el informe insiste en que es una enfermedad marcada por su persistencia y por la repercusión notable en el funcionamiento diario y sus consecuencias para la salud a largo plazo. Puede afectar a cualquier persona, con independencia del sexo, origen, clase social o edad y existen variaciones en los tipos y en la prevalencia de los signos y los síntomas depresivos entre culturas y poblaciones. El riesgo aumenta en circunstancias adversas, como pobreza, violencia, desarraigo y género, raza u otras formas de discriminación y es más alto en adolescentes y adultos jóvenes.

El avance de la depresión sin tratamiento puede tener un desenlace trágico. Los estudios indican que 70% a 80% de las personas que se suicidan en los países con renta alta y casi 50% de las que se suicidan en los países con renta media o baja presentan enfermedades psiquiátricas y la más frecuente es la depresión. La depresión está ligada también a enfermedades somáticas y crónicas.

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La prevención es el aspecto menos valorado del problema según los autores del informe. Básicamente faltan políticas públicas con ese objetivo. Para este grupo de especialistas las sociedades deben concienciarse de que atender la depresión es una necesidad que no puede retrasarse más.

“Ante los efectos prolongados de la depresión en la adolescencia, desde dificultades escolares y en relaciones futuras hasta el riesgo de drogadicción, automutilación y suicidio, invertir en la prevención de la depresión es muy rentable. Es fundamental que pongamos en práctica intervenciones basadas en evidencias científicas que apoyen la paternidad, disminuyan la violencia en la familia o el acoso escolar, además de promover la salud mental en el trabajo y de abordar la soledad de las personas de edad avanzada”, consideró la coautora, Dra. Lakshmi Vijayakumar, de Sneha, Suicide Prevention Centre andVoluntary Health Services, en Chenai, India.

La desigualdad es otro factor de riesgo potente. “Las políticas que disminuyen las desigualdades raciales o étnicas, las desventajas sistemáticas de las mujeres y que apoyan la distribución justa de la renta mediante una cobertura sanitaria universal y la ampliación de las oportunidades educativas pueden ser medidas preventivas muy poderosas”, concluyó la Dra. Helen Herrman de Orygen, National Centre for Excellence in Youth Mental Health y de la University of Melbourne, en Australia, y presidenta de la comisión.

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Trastornos alimentarios: pacientes con trastorno de atracón, los más afectados por la pandemia y el confinamiento

Numerosas las evidencias indican que la situación generada por el SARS-CoV-2 en general y el confinamiento en particular han tenido un impacto significativo en la salud mental de la población. Y también hay datos que reflejan que las personas con trastornos de la conducta alimentaria han sido particularmente vulnerables a esta circunstancia.

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Con la intención de profundizar sobre este impacto, un grupo de especialistas (principalmente psiquiatras, endocrinólogos y fisiólogos) puso en marcha una investigación internacional cuyo objetivo principal fue determinar cómo ha sido la adaptación de estos pacientes a las situaciones creadas por la pandemia.

“En el estudio se evaluó una amplia muestra clínica (829 participantes en total) conformada por individuos con trastornos de la conducta alimentaria procedentes de varios países de Europa (España, Portugal, Austria, Alemania, Rusia, Lituania, República Checa y Ucrania) y Asia (China, Corea y Japón), teniendo en cuenta los diferentes trastornos de la conducta alimentaria y un amplio rango de edad, que incluía población adolescente y adulta. El objetivo fue examinar la sintomatología alimentaria y el estado psicopatológico general de estos pacientes durante la situación de confinamiento a través del uso de un método validado y homogéneo de evaluación, como la COVID-19 Isolation Eating Scale (CIES)”, declaró a Medscape en español Isabel Baenas, del Departamento de Psiquiatría del Hospital Universitario de Bellvitge-IDIBELL de Barcelona, y una de las autoras de la investigación.

Edad, geografía y subtipo de trastorno

Los resultados pusieron en evidencia diferencias en los cambios psicopatológicos asociados principalmente a tres variables: edad, procedencia geográfica y tipo de trastorno de la conducta alimentaria.

Respecto a por qué se seleccionaron específicamente estos tres parámetros para determinar el impacto en estos pacientes, Baenas explicó: “Basándonos en la literatura existente relativa a trastornos de la conducta alimentaria y en los estudios surgidos en relación con la situación de pandemia y confinamiento, se consideró imprescindible evaluar los cambios psicopatológicos a nivel alimentario y general en función del tipo de trastorno alimentario, teniendo en cuenta, por un lado, las diferencias clínicas entre los distintos tipos de trastorno y por otro, los datos que apuntaban a un impacto diferencial de esta situación excepcional entre los diferentes trastornos de la conducta alimentaria”.

“A esto se añade una posible influencia de la edad y factores socio-demográficos, como la procedencia geográfica. Así, en el estudio se hipotetizaron diferencias en cuanto a la personalidad y estrategias de afrontamiento descritas entre individuos de diferentes procedencias geográficas como posibles factores moduladores de la adaptación a una situación adversa estresante, como la pandemia de COVID-19 y el confinamiento asociado”, añadió la experta.

Baenas destacó las principales conclusiones aportadas por esta investigación: “Dentro de los tipos de trastornos de la conducta alimentaria, las personas con un diagnóstico de trastorno por atracón reportaron una mayor repercusión en la sintomatología alimentaria frente a los sujetos con otros trastornos específicos de la conducta alimentaria, en los que se describió una mayor afectación a nivel de psicopatología general (p. ej., ansiedad, síntomas depresivos). Asimismo, en el caso de los pacientes con anorexia nerviosa, la situación pandémica ha podido exacerbar la tendencia al control de la ingesta, describiéndose el patrón restrictivo como el predominante en algunos casos durante este periodo”.

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Mayor sintomatología y aumento de peso

En opinión de Baenas, las razones que explican este mayor impacto en el caso del trastorno de atracón respecto a otros subgrupos de trastornos de la conducta alimentaria son varias: “La alteración del estilo de vida y de las rutinas junto con los cambios en hábitos alimentarios relacionados con el miedo a la falta de provisiones durante el confinamiento (p. ej., almacenar comida en casa), la tendencia al picoteo entre horas, etc., han podido favorecer el aumento de peso en estos pacientes y también en otros, como los que tienen bulimia nerviosa“.

Por su parte, el Dr. Francisco J. Tinahones, director científico del Instituto de Investigación Biomédica de Málaga, IBIMA, y presidente saliente de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO), que también participó en el estudio, puso de relieve otro factor importante: la mayor vulnerabilidad frente al aumento del peso de aquellos individuos que ya presentan sobrepeso y obesidad (afecciones frecuentemente comórbidas en los casos de trastorno por atracón), que también podrían haber influido en los cambios de peso observados en las personas con este trastorno, así como en el mayor impacto de la psicopatología alimentaria respecto a otro tipo de trastornos de la conducta alimentaria.

“De hecho, en muchos pacientes con obesidad el trastorno por atracón está en la génesis de su problema. El estudio refleja que los pacientes con trastorno por atracón son en los que más se han incrementado los síntomas relacionados con la ansiedad y la depresión y a su vez esto puede haber generado más conductas relacionadas con la ingesta compulsiva de alimentos y, por tanto, favorecer un mayor aumento de peso”, comentó el Dr. Tinahones a Medscape en español.

El estudio también demostró que en general los pacientes jóvenes/adolescentes tuvieron una mejora significativa en sus hábitos alimentarios, en comparación con las personas con trastornos de la conducta alimentaria de más edad, que reportaron cambios significativos en su peso o en su índice de masa corporal y también un mayor impacto psicológico. Estos datos difieren de los descritos en la población en general, en que los pacientes más jóvenes se adaptaron peor al confinamiento.

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Factor “juventud” y diferencias Europa-Asia

“Una posible explicación de estos resultados podría ser que las personas más jóvenes pudieron estar supervisadas y acompañadas con más frecuencia durante este periodo, lo que constituye un posible factor de protección. Asimismo, la familiarización de los jóvenes con las redes sociales podría implicar una mejor adaptación a la modalidad de tratamiento en línea, favoreciendo el cumplimiento terapéutico y el mantenimiento de las rutinas académicas o laborales, así como el contacto social”, apuntó Baenas.

Respecto a que al igual que el “factor juventud”, ha habido alguna otra circunstancia relacionada con estos trastornos en que la pandemia haya revelado un impacto positivo, el Dr. Tinahones destacó el hecho de que se ha apreciado una disminución del abuso de alcohol y de drogas, fundamentalmente en el caso de Europa, “sin duda, un dato favorable tanto en el caso de estos pacientes como de la población en general”.

En cuanto a que se hayan observado diferencias significativas entre los resultados de los pacientes europeos y los asiáticos, los autores destacaron que al igual que en el caso de los jóvenes, quienes procedían de Asia, manifestaron una mayor resiliencia. “Aunque los individuos de ambos grupos experimentaron un aumento de peso durante el confinamiento, los sujetos asiáticos reportaron una mejora de la sintomatología alimentaria en este periodo”, destacó Baenas.

El Dr. Tinahones señaló que lo más destacable en este sentido se refiere a la sintomatología relacionada con el estado anímico, que se acrecentó más en Europa que en Asia. “Además de un aumento de peso y del índice de masa corporal, en los pacientes europeos se observó un incremento significativo de los síntomas de depresión y ansiedad (CIES-F3)”.

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La vía del abordaje en línea y otras lecciones aprendidas

En relación a qué lecciones se pueden extraer de estas evidencias de cara tanto al abordaje de estos pacientes en la etapa pos-COVID-19 como en relación a los enfoques terapéuticos actuales, Baenas reconoció que la necesidad de implementar las estrategias de abordaje diagnóstico y terapéutico en situaciones adversas como la pandémica, que supone un cambio radical y abrupto, no solo en la forma de vida cotidiana, sino también en el modo tradicional del abordaje de estos trastornos, ha representado todo un reto tanto para estos pacientes como para los especialistas que los tratan.

“En estas circunstancias se considera de vital importancia poder adaptar los formatos convencionales, por ejemplo, a la modalidad en línea, preservando el cumplimiento terapéutico y la alianza con el paciente. Por otro lado, buscar el apoyo externo del entorno socio-familiar de los pacientes y su implicación proactiva (consiguiendo que estén motivados en estas situaciones adversas) también es un punto clave que se podría considerar como un aprendizaje de esta situación, así como la necesidad de fomentar y difundir pautas psicoeducativas, una medida que ha demostrado ser muy relevante”, apuntó Baenas.

Por su parte, el Dr. Tinahones hizo hincapié en que al hilo de estos resultados, la conclusión más clara que se puede extraer de la situación vivida en el marco de la COVID-19 es que la pandemia en general y el confinamiento en particular han empeorado la salud mental a nivel global.

Finalmente, sobre la intención de continuar con este estudio o de iniciar una nueva investigación en esta línea, Baenas puso de relieve que este trabajo surge de una colaboración multicéntrica de diferentes grupos de investigación con amplia experiencia clínica en trastornos de la conducta alimentaria a niveles europeo y asiático, “de ahí que la posibilidad de establecer y mantener redes de colaboración a este nivel, disponiendo de resultados clínicos no solo a nivel nacional, sino internacional, sea de gran relevancia. Por otro lado, conocer la magnitud del impacto de situaciones adversas, como la vivida en el marco de la pandemia de COVID-19, en estos pacientes es importante no solo a corto, sino también a medio y largo plazos, motivo por el que muchas investigaciones actuales están centrando sus esfuerzos en profundizar en estos aspectos mediante diseños longitudinales”.

El Dr. Tinahones y Baenas han declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

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Pesadillas: ¿qué tratamientos se encuentran disponibles actualmente?

Una pesadilla se define como un sueño desagradable que puede despertar al durmiente, que la persona recuerda al despertar y que generalmente implica amenazas vitales para la seguridad o la integridad física.

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Este es un fenómeno común que afecta a todas las culturas, a todas las edades. Pero cuando las pesadillas se repiten, cuando repercuten en el sueño, la calidad de vida, el estado de ánimo y la salud mental, esta parasomnia se convierte en una enfermedad: “el trastorno de pesadillas”.

Durante una sesión del Congreso Encéphale de 2022, la Dra. Julia Maruani, psiquiatra y médica especializada en sueño del Hôpital Bichat, en París, Francia, brindó una actualización sobre esta patología y sobre las terapias que pueden romper el círculo vicioso.

Este trastorno, que afecta principalmente al sueño de movimientos oculares rápidos (MOR) y, por tanto, más bien a la segunda parte de la noche, es muy frecuente. Afecta de 2% a 8% de los adultos en la población general y a más mujeres que hombres. El trastorno de pesadillas puede ser idiopático o estar asociado a otras patologías como trastornos psiquiátricos (38,1%). Afecta a 70% de los pacientes con trastornos postraumáticos, a 16,5% de los pacientes con depresión unipolar y de 9% a 55% de los pacientes con trastornos psicóticos.

El trastorno de pesadillas puede estar asociado con otras parasomnias, pero también con el abuso de sustancias o la abstinencia de drogas, así como con el uso de ciertos fármacos como los beta-bloqueantes, los antagonistas de la dopamina, ciertos somníferos o antirretrovirales.

La gravedad del trastorno puede variar. Con menos de un episodio por semana, el trastorno es calificado como leve por la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), moderado si hay al menos una pesadilla por semana y grave más allá de eso. El trastorno de pesadillas es agudo si los episodios han estado presentes por menos de un mes, subagudos si están presentes entre uno y seis meses y persistentes si están presentes por más de 6 meses.

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Hay que tratarlo

“Es muy importante diagnosticar y tratar el trastorno de pesadillas, porque las complicaciones son graves. Estas incluyen un factor de riesgo independiente para la ideación suicida y el intento de suicidio, la depresión y el consumo de sustancias”, destacó la Dra. Maruani.

Los tratamientos psicoterapéuticos son los tratamientos de referencia para las pesadillas, entre los que la repetición de imágenes mentales positivas es el tratamiento que ha mostrado un alto nivel de evidencia.

Además de la repetición de imágenes mentales positivas, otros tratamientos psicoterapéuticos tienen un nivel de evidencia bajo a moderado: la terapia de exposición clásica, la desensibilización sistemática, la terapia de exposición, relajación y reprogramación y la terapia de sueño lúcido.

Un estudio publicado en 2021 mostró que las tres terapias, repetición de imágenes mentales positivas, la terapia de exposición y las imágenes positivas, funcionan muy bien a las 4 semanas con un tamaño de efecto mayor de repetición de imágenes mentales positivas e imágenes positivas, en comparación con la terapia de exposición, pero sin diferencias significativas. A las 8 semanas los tres tratamientos siguen siendo muy efectivos con un tamaño de efecto mayor para repetición de imágenes mentales positivas y terapia de exposición.

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“Si no tiene acceso a repetición de imágenes mentales positivas puede hacer la terapia de exposición clásica. Por otro lado, la hipnosis y la terapia psicodinámica aún no han mostrado un nivel de evidencia suficiente y la desensibilización y reprocesamiento por medio de movimiento ocular no es un tratamiento para las pesadillas”, señaló la Dra. Maruani.

¿Podemos ayudar con fármacos?

El enfoque farmacológico del trastorno de pesadillas sigue siendo controversial.[8]El único tratamiento que ha demostrado eficacia es prazosina, que es un antagonista de los receptores alfa adrenérgicos centrales cuya eficacia ha sido probada en las pesadillas asociadas al trastorno por estrés postraumático. Las dosis promedio utilizadas son de 3,1 a 20 mg por día durante 3 a 26 semanas. Los otros tratamientos (trazodona, clinidina, risperidona, gabapentina, benzodiazepinas) no mostraron niveles de evidencia suficientes.

Para finalizar, la Dra. Maruani insistió en la necesidad de tratar no solo el trastorno de pesadillas, sino también las causas/comorbilidades cuando están presentes (narcolepsia, trastornos del estado de ánimo, síndrome de apnea del sueño, etcétera).

“Por ejemplo, a veces tratar el síndrome de apnea del sueño puede hacer que desaparezca el trastorno de pesadillas”, concluyó.

La Dra. Maruani ha declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

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Attacks on American Agents Leave Baffling Battle Scars

The piercing sound was so loud that night it awoke the official assigned to the US embassy in Cuba who was trying to sleep at home in Havana. Intense pressure to the face followed the stabbing noise as the civil servant ached in pain with nausea and dizziness.

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When the mysterious commotion in the dark of night stopped, the symptoms didn’t go away and the dizziness and trouble concentrating lingered, making it hard to continue working at the embassy.

What exactly happened that night in Havana in 2016 is not known, but the same thing started occurring to other embassy staffers and US intelligence officers in Havana and elsewhere.

The symptoms weren’t always the same, but they typically started with a sudden onset of pain and pressure in the head and ears. Some people reported hearing a loud noise, like in that case in Havana, followed by nausea, dizziness, confusion, and feelings of disorientation. It usually happened in people’s homes, and some say it altered the way they could move their bodies afterward.

The next year, it happened again, this time at the US consulate in Guangzhou, China. And new incidents have also been reported in Russia and other unnamed countries in Europe and the Middle East, where diplomats and intelligence and military personnel, and sometimes their family members, have reported similar experiences. More than 130 people have been affected, including a couple of officials on US soil, and many report lingering health effects, to the point that some are unable to work.

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Havana Syndrome

The cases are sometimes collectively referred to as Havana syndrome, but Mark Zaid, a lawyer in Washington, DC, who represents several of those affected, says that is a misnomer because incidents like these had been going on long before the public became aware of the cluster of cases in Havana. One of his clients, a former National Security Agency employee named Michael Beck, was affected while he was working in a classified hostile country back in 1996.

Beck and a colleague both went on to develop an extremely rare forms of Parkinson’s disease that he attributes to an attack. “It started long before Havana,” says Zaid. “It was just those incidents that brought it to light.”

Many explanations for these incidents have been put forward: a reaction to a pesticide, a deliberate poisoning, an attack with a sonic or microwave weapon or covert spying device.

Pinning down a clear diagnosis has been difficult, says James Giordano, PhD, a neurologist at Georgetown University and senior fellow in biotechnology, biosecurity, and ethics at the US Naval War College who has consulted for the government on the syndrome and has access to data and medical records from attending physicians in Havana.

There have been so many different symptoms, and some of them are subjective and difficult to measure, he explains.

However, the overall “constellation of effects,” Giordano says, is consistent with what is often seen in head injuries, even though none of the people reported a blow to the head or any related pre-existing conditions.

There are some differences in the brain scans of affected and healthy people, but without preinjury tests, doctors aren’t sure what effect variances in the amount of grey and white matter in the brain, tissue structure, and connectivity could have.

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Invisible Illness

Giordano dismissed the possibility that the effects are due to either accidental or deliberate exposure to a toxic chemical, pesticide, or drug. No traces of any such agent were ever found in the homes or bodies of those affected. Instead, he thinks the most likely cause is some kind of mechanical device that emits ultrasonic or microwave energy. “This is the primary possibility with high probability.”

The same conclusion was reached in a report from the US National Academies of Sciences, Engineering, and Medicine, which states that directed pulsed, radio frequency energy is “the most plausible” explanation.

Exposure could potentially create bubbling in the fluid inside a person’s ear, and those tiny bubbles could then cascade through the blood to the brain, causing damage similar to the decompression sickness some scuba divers have experienced, Giordano says.

But damage like that could only be confirmed by an autopsy, he points out, and all of the people afflicted are still alive. Microwave energy could also penetrate the skull and disrupt the electrical and chemical activity in the brain. “That would essentially ‘rewire’ the brain,” he says. “It could lead to a variety of disruptive changes that could be profound and durable.”

A lot of research on directed energy weapons has been conducted by national governments and intelligence agencies around the world. An American company made a prototype of this kind of weapon for the Marine Corps back in 2004, called MEDUSA (Mob Excess Deterrent Using Silent Audio).

The weapon, intended for crowd control and to keep people out of protected areas, used the microwave auditory effect to cause discomfort or temporarily incapacitate. It acted in much the same way as its namesake from Greek mythology, who had venomous snakes in place of hair and could stop people by turning them into stone when they gazed into her eyes.

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Medusa and the Snake-Head Curse

The prototype of the MEDUSA weapon was intended to have “a low probability” of permanent injury or death, and it is not known whether that research ever advanced.

Zaid has copies of slides that he says show that the Central Intelligence Agency (CIA) was looking into the technology as far back as the 1960s and 1970s. He says he also has a copy of a National Security Agency (NSA) memo from 2014 that confirms the agency has intelligence linking an unnamed hostile country — one his client Michael Beck traveled to in the 1990s — with “a high-powered microwave weapon system that may have the ability to weaken, intimidate, or kill an enemy over time without leaving evidence.”

Giordano says he has seen intelligence that suggests that microwave energy research has advanced to the point where it is likely that such weapons do exist. “The progress in the field was such that this device clearly became operational and represents a clear and present risk, if not threat,” he says.

But Robert Baloh, MD, a neurologist at UCLA Health in Los Angeles, says the cases in Havana and the subsequent reports of other incidents around the world could have another, less sinister explanation, and could represent more of a psychologic than physical illness.


Outbreaks like this are a well-known phenomenon, says Baloh, and the cluster that began in Havana fits the pattern. Episodes typically begin with a respected person and then tend to spread to people connected to that person. Stress is often a trigger and, as word spreads, in this case through a government warning to employees to be on the lookout for strange sounds or experiences, the symptoms start cropping up more and more. “People believe something and it becomes fact,” he says. “The human brain is so susceptible to this.”

The diversity of symptoms also suggests a psychogenic rather than physical cause, says Baloh. “It’s not really a distinct syndrome; there’s no highly reproducible symptom pattern,” he says. “The symptoms seem to be unrelated to each other and can come on at different times. And the early reports about hearing a noise are now fading into the background.”

But it is important to realize, Baloh emphasizes, that psychosomatic symptoms are just as real as physical ones. “These people are not malingering, they’re not weak, they’re not making it up,” he says. It is a phenomenon that involves real changes in brain activity, just not ones that will show up on an MRI, and the neural pathways affected are the same as the ones involved when damage is physical. The effects can continue for a long time after the initial trigger is gone.

But people can recover completely, he says. The most important thing is not to reinforce the idea that they have suffered irreversible brain damage. The process is often slow and can be hard work, but in some cases the reversal can be dramatic.

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The Road to Recovery

Giordano and Zaid both agree that there is a big psychogenic component to the phenomenon, especially in the years since the cases in Havana came to light. Each of them gets multiple calls or emails every week from people who think they might have been targeted by the same kind of attack. Most have no plausible connection to any suspected threats. And Giordano has referred only two such cases for further study.

But he remains convinced that at least the first two dozen cases in Havana that he helped investigate are the result of a genuine attack.

Regardless of what the intelligence community knows or suspects, American public servants have had their careers cut short, and years of experience and expertise have been lost to the community. In some cases, their families have experienced symptoms, too, and they are left wondering if they will ever know what really happened.

On Monday, the Senate unanimously passed legislation to support “public servants who have incurred brain injuries from likely directed energy attacks.” The Helping American Victims Afflicted by Neurological Attacks (HAVANA) Act will offer financial support to those injured while investigations are ongoing.

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Nunca es demasiado tarde para dejar de fumar, incluso después del diagnóstico de cáncer de pulmón

Dejar de fumar después de un diagnóstico de cáncer de pulmón confiere un beneficio significativo en la sobrevida, según los resultados de un metanálisis.

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“Los médicos deben decirle a los pacientes que nunca es demasiado tarde para dejar de fumar, e incluso ante un diagnóstico de cáncer de pulmón, pueden aumentar bastante sus posibilidades de sobrevivir si dejan de fumar lo antes posible”, declaró a Reuters Health el Dr. Saverio Caini del Institute for Cancer Research, Prevention and Clinical Network (ISPRO) en Florencia, Italia.

“Los programas para dejar de fumar deben integrarse completamente en la atención multidisciplinaria del cáncer; proporcionar información a los pacientes con cáncer de pulmón y todo el apoyo necesario debe ser una parte no opcional del manejo de estos pacientes”, agregó el Dr. Caini.

El metanálisis incluyó 21 estudios que analizaron el efecto de dejar de fumar después del diagnóstico de cáncer de pulmón en más de 10.000 pacientes.

Dejar de fumar en el momento del diagnóstico o cerca de él se asoció significativamente con una mejor sobrevida global (relative risk resumido [RRS]: 0,80; intervalo de confianza de 95% [IC 95%]: 0,73 a 0,96), informaron el Dr. Caini y sus colaboradores en Journal of Thoracic Oncology.

Este beneficio fue consistente entre pacientes con cáncer de pulmón de células no pequeñas (RRS: 0,79; IC 95%: 0,67 a 0,93), cáncer de pulmón de células pequeñas (RRS: 0,75; IC 95%: 0,57 a 0,99) o cáncer de pulmón de ambos o de tipo histológico no especificado (RRS: 0,81; IC 95%: 0,68 a 0,96).

“El cáncer de pulmón tiene, en general, un mal pronóstico, peor que los cánceres en muchos otros sitios del cuerpo, a pesar de los avances recientes en la terapia sistémica (por ejemplo, la inmunoterapia), por lo que realmente es necesario comprender qué podría aumentar las probabilidades de sobrevivir de estos pacientes”, dijo el Dr. Caini a Reuters Health.

“Todo el mundo sabe que fumar es un factor de riesgo para el cáncer de pulmón”, y muchos pacientes con este tipo de cáncer son diagnosticados cuando todavía son fumadores activos. A pesar de esto, no había certeza sobre si dejar de fumar después del diagnóstico podría mejorar la sobrevida y en qué medida”, agregó el investigador.

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“Nos sorprendió la magnitud del efecto que observamos: una reducción de 20% a 30% en el riesgo de muerte para los que abandonan después del diagnóstico en comparación con los que continúan, lo cual es enorme porque cae en el rango del beneficio de sobrevida que la quimioterapia y la inmunoterapia brindan a los pacientes con cáncer”, concluyó el Dr. Caini.

El estudio no recibió financiamiento comercial y los autores declararon no tener conflictos de interés económico pertinentes.

Traducido y adaptado por el equipo de Medscape en español.

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