Niños podrán vacunarse contra COVID-19 en escuelas, oficinas médicas y farmacias

Washington. Los niños de 5 a 11 años en Estados Unidos pronto podrán vacunarse contra el COVID-19 en consultorios médicos, farmacias e incluso en su escuela, anunció hoy la Casa Blanca al detallar los planes para cuando en cuestión de semanas se autorice la vacuna de Pfizer para los más pequeños.

Los reguladores federales se reunirán durante las próximas dos semanas para sopesar los beneficios de vacunar a los niños, después de largos estudios destinados a garantizar la inocuidad de las inoculaciones.

Los asesores de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos se reunirán el 2 y 3 de noviembre y se espera que den su aprobación. Una vez ocurrido eso, las dosis comenzarán a enviarse a los proveedores de todo el país, junto con agujas más pequeñas, y en unos días las vacunas estarán disponibles a gran escala.

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El gobierno del presidente Joe Biden ha recalcado que la campaña nacional para extender la protección de la vacunación a la población escolar no se verá como hace 10 meses, cuando el país comenzó a aplicar vacunas y la escasez de dosis y los problemas de capacidad significaron una espera laboriosa para muchos estadounidenses.

El país tiene ahora un amplio suministro de vacunas de Pfizer para los aproximadamente 28 millones de niños que pronto serán elegibles, dijeron funcionarios de la Casa Blanca, y han estado trabajando desde hace meses para garantizar la disponibilidad generalizada de las vacunas una vez aprobadas.

Más de 25,000 pediatras y proveedores de atención primaria ya se han inscrito para inyectar la vacuna contra el COVID-19 a los niños, dijo la Casa Blanca, además de las decenas de miles de farmacias que ya están administrando inyecciones a adultos. La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias también financiará y apoyará a cientos de clínicas escolares y comunitarias a fin de acelerar la campaña.

La Casa Blanca también está preparando una campaña intensificada para educar a padres e hijos sobre la inocuidad de las vacunas y la facilidad de conseguirlas. Como ha sido el caso de las vacunas para adultos, el gobierno federal cree que los mensajeros confiables (educadores, médicos y líderes comunitarios) serán vitales para fomentar la vacunación.

Aunque los niños tienen menos riesgos que las personas mayores de tener efectos secundarios graves del COVID-19, sí pueden ocurrir, y las autoridades afirman que la vacunación reduce drásticamente esas posibilidades y reducirá la propagación en las comunidades de la variante delta, que es más transmisible, lo que contribuirá a una recuperación más rápida de la nación ante la pandemia.

Las embarazadas dependen más de la segunda dosis de la vacuna contra el COVID-19 para lograr inmunidad total

Las mujeres embarazadas dependen más de una segunda dosis de la vacuna contra el COVID-19 para alcanzar la inmunidad total, según un estudio publicado en la revista “Science Traslational Medicine”. clave en la prevención de la enfermedad cardiovascular.

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Este y otro trabajo, que aparece en la misma publicación, constatan que la gestación puede afectar tanto a la forma en que el sistema inmunológico responde a las infecciones por COVID-19 como a las vacunas de ARN mensajero actualmente aprobadas.

El primer estudio demuestra que las mujeres embarazadas dependen más de una segunda dosis de la vacuna para alcanzar la inmunidad total de la misma, mientras que el segundo apunta a que las mujeres infectadas que están embarazadas de fetos masculinos tienen menos anticuerpos que combaten el virus y cambios en la inmunidad de la placenta.

Los resultados de ambas investigaciones ayudan a entender cómo afecta el embarazo a la inmunidad frente al SARS-CoV-2, un tema importante, pero poco estudiado, según resume la revista, que señala que podrían servir para informar sobre futuras estrategias de vacunación para las madres embarazadas.

A lo largo de la pandemia, pocos estudios y ensayos de vacunas han incluido grupos de mujeres lactantes y embarazadas, que son vulnerables a la gravedad del COVID-19.

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Como resultado, los investigadores no han estado seguros de cómo puede afectar el embarazo a los resultados de esta enfermedad o si se necesitan diferentes programas de vacunación para estas mujeres.

Los estudios que ahora se publican “se hacen eco de la llamada a la acción para incorporar a las mujeres en diferentes etapas de la gestación en los ensayos clínicos, aumentando así su representación en el desarrollo de vacunas”, afirman Cristian Ovies, investigador de la facultad de Medicina de la Universidad de Duke, Estados Unidos, y sus colegas en un artículo de apoyo que acompaña a sendos trabajos.

Caroline Atyeo y su equipo, de la Universidad de Harvard, utilizaron la serología para examinar la respuesta inmunitaria a las vacunas de Pfizer Moderna en 84 mujeres embarazadas, 31 mujeres lactantes y 16 mujeres no embarazadas de la misma edad.

Aunque todos los grupos desarrollaron anticuerpos contra el SARS-CoV-2, otras características de la respuesta inmunitaria, como las funciones de los receptores de anticuerpos, se retrasaron en las mujeres embarazadas y lactantes después de la primera dosis.

Estas características solo alcanzaron los niveles esperados después de la segunda dosis de la vacuna.

Estos datos apuntan a que el embarazo favorece la resistencia a la generación de anticuerpos proinflamatorios e indican que existe una “necesidad crítica” de seguir los plazos de refuerzo después de la primera dosis en esta población vulnerable, con el objetivo de garantizar la obtención de una inmunidad completa, según los científicos.

Por otra parte, Evan Bordt y su equipo, también de Harvard, estudiaron muestras de sangre materna y del cordón umbilical para investigar si el sexo del feto influye en la inmunidad al COVID-19 en 38 mujeres embarazadas, que se infectaron con el SARS-CoV-2 durante el embarazo.

Las madres portadoras de fetos masculinos albergaban menos anticuerpos contra este coronavirus, mostraban un menor grado de transferencia de anticuerpos a sus fetos y presentaban diferencias en la expresión de proteínas relacionadas con la inmunidad.

Existe un sesgo persistente hacia una mayor prevalencia y gravedad de la enfermedad por coronavirus en los varones, y los mecanismos subyacentes que explican esta diferencia de sexo siguen sin conocerse del todo.

Los científicos sugieren que el nuevo trabajo pueden aportar información sobre la mayor vulnerabilidad al COVID-19 grave que se observa en bebés, niños y adultos de sexo masculino.

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Ser inmune a COVID-19 por haberla tenido o estar vacunado ¿es lo mismo?

El Dr. Aaron Kheriaty, profesor de psiquiatría en la University of California-Irvine, en California, Estados Unidos, pensó que no necesitaba vacunarse contra la COVID-19 porque había sufrido la enfermedad en julio de 2020.

Por tanto, en agosto presentó una demanda para frenar el mandato de vacunación del sistema universitario, alegando que la inmunidad “natural” le había dado a él y a millones de personas una mejor protección que la que podría ofrecer cualquier vacuna.

El 28 de septiembre un juez desestimó la solicitud del Dr. Kheriaty de un requerimiento judicial contra la universidad por el mandato, que entró en vigencia el 3 de septiembre. Aunque el especialista tiene la intención de seguir adelante con el caso, los expertos legales dudan de que su demanda y otras similares presentadas en todo el país tengan éxito.

Dicho esto, cada vez hay más pruebas de que contraer SARS-CoV-2, el virus que causa COVID-19, en general es tan eficaz como la vacunación para estimular el sistema inmunitario y prevenir la enfermedad.

Sin embargo, los funcionarios federales se han mostrado reacios a reconocer cualquier equivalencia, alegando la amplia variación en la respuesta inmunitaria de los pacientes de COVID-19 a la infección.

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Al igual que muchos debates durante la pandemia de COVID-19, el valor incierto de una infección previa ha dado lugar a desafíos legales, ofertas de mercado y exabruptos políticos, mientras los científicos trabajan, silenciosa y discretamente, para aclarar los datos.

Durante décadas los médicos han utilizado análisis de sangre para determinar si las personas están protegidas contra enfermedades infecciosas. Las embarazadas se someten a pruebas de anticuerpos contra la rubéola para asegurarse de que sus fetos no se infecten con el virus que la provoca, que causa defectos de nacimiento devastadores. Trabajadores en hospitales se someten a pruebas de detección de anticuerpos, contra el sarampión y la varicela, para evitar la propagación de esas enfermedades. Pero la inmunidad a COVID-19 parece más difícil de discernir que esas infecciones.

La Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos ha autorizado el uso de pruebas de anticuerpos contra la COVID-19, que pueden costar aproximadamente 70 dólares, para detectar una infección pasada. Algunas pruebas pueden distinguir si los anticuerpos proceden de una infección o de una vacuna.

Pero ni la FDA ni Centers for Disease Control and Prevention (CDC) de Estados Unidos recomiendan utilizar las pruebas para evaluar si se es inmune a COVID-19. Para eso las pruebas resultan inútiles porque no hay acuerdo sobre la cantidad o los tipos de anticuerpos, que indicarían una protección contra la enfermedad.

“Todavía no tenemos un conocimiento claro de lo que la presencia de anticuerpos nos dice sobre la inmunidad”, afirmó Kelly Wroblewski, directora de enfermedades infecciosas de la Association of Public Health Laboratorie.

Del mismo modo, los expertos no se ponen de acuerdo sobre el grado de protección que ofrece una infección.

Ante la falta de certeza y a medida que se imponen los mandatos de vacunación en todo el país, las demandas legales ponen presión sobre el tema.

Los individuos que afirman que los mandatos de vacunación violan sus libertades civiles argumentan que la inmunidad adquirida por la infección les protege. En Los Ángeles seis policías han demandado a la ciudad, alegando que tienen inmunidad natural.

En agosto el profesor de derecho, Todd Zywicki, alegó que el mandato de vacunación de la George Mason University violaba sus derechos constitucionales, dado que tiene inmunidad natural. Citó una serie de pruebas de anticuerpos y la opinión médica de un inmunólogo de que era “médicamente innecesario” que se vacunara. Zywicki retiró la demanda después de que la universidad le concediera una exención médica, que según la institución académica, no está relacionada con el pleito.

Los legisladores republicanos se han unido a la cruzada. El GOP Doctors Caucus , formado por médicos republicanos en el Congreso, ha instado a las personas que desconfían de la vacunación a que se sometan a una prueba de anticuerpos, contradiciendo las recomendaciones de CDC y la FDA.

En Kentucky, el Senado del estado aprobó una resolución que concede el mismo estatus de inmunidad a aquellos que muestren una prueba de vacunación o una prueba de anticuerpos positiva.

Los hospitales fueron de las primeras instituciones en imponer la obligación de vacunarse a sus trabajadores de primera línea, ante el peligro de que contagiaran la enfermedad a pacientes vulnerables. Pocos han ofrecido exenciones de vacunación a los previamente infectados. Pero hay excepciones.

Dos sistemas hospitalarios de Pennsylvania permiten a los miembros del personal clínico aplazar la vacunación, durante un año, después de dar positivo en la prueba de COVID-19. Otro, en Michigan, permite a los empleados elegir no vacunarse si presentan pruebas de una infección previa y una prueba de anticuerpos positiva en los tres meses anteriores. En estos casos, los sistemas indicaron que querían evitar la escasez de personal que podría conllevar la renuncia de enfermeras que rechazan vacunarse.

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El Dr. Kheriaty señaló que la cuestión es sencilla. “La investigación sobre la inmunidad natural ya es bastante definitiva. Es mejor que la inmunidad otorgada por las vacunas”, declaró a KHN. Pero está claro que la mayoría de la comunidad científica no comparte afirmaciones tan categóricas.

El Dr. Arthur Reingold, epidemiólogo de la UC-Berkeley, y Shane Crotty, virólogo de La Jolla Institute for Immunology, en San Diego, Estados unidos, declararon como testigos expertos en la demanda del Dr. Kheriaty, afirmando que se desconoce el alcance de la inmunidad proporcionada por la reinfección, especialmente contra las nuevas variantes de COVID-19. Señalaron que la vacunación proporciona un enorme refuerzo de inmunidad a las personas que han estado enfermas anteriormente.

Sin embargo, no todos los que presionan para que se reconozca el valor de pasar una infección son críticos de las vacunas o abanderados del movimiento antivacunas.

El Dr. Jeffrey Klausner, profesor clínico de ciencias de la población y salud pública de la University of Southern California, en California, Estados Unidos, es coautor de un análisis publicado el 30 de septiembre, que demuestra que la infección suele proteger durante 10 meses o más. “Desde el punto de vista de la salud pública, negar el trabajo y el acceso y los viajes a personas que se han recuperado de la infección no tiene sentido”, señaló.

En su testimonio contra los argumentos del Dr. Kheriaty a favor de la inmunidad “natural”, Crotty citó estudios sobre el brote masivo de COVID-19 que asoló Manaos, en Brasil, a principios de este año y que incluyó la variante gamma del virus. Basándose en los análisis de las donaciones de sangre, uno de los estudios estimó que tres cuartas partes de la población de la ciudad ya estaban infectadas antes de la llegada de gamma. Eso sugirió que la infección pasada podría no proteger contra las nuevas variantes. Pero Klausner y otros sospechan que la tasa de infección previa, presentada en el estudio, había sido sobrevalorada.

Un amplio estudio realizado en agosto en Israel, que demostró una mejor protección como resultado de la infección que de la vacunación, podría ayudar a cambiar la tendencia a aceptar la infección previa, apuntó Klausner.[6] “Todo el mundo está esperando que el Dr. Fauci diga: ‘La infección previa proporciona protección'”, añadió.

Cuando se le preguntó al Dr. Anthony Fauci, máximo experto federal en enfermedades infecciosas, durante una entrevista en CNN el mes pasado, si las personas infectadas estaban tan protegidas como las que han sido vacunadas, dudó. “Podría haber un argumento de que lo están”, dijo. El especialista no respondió a una solicitud de KHN para ofrecer más comentarios.

Kristen Nordlund, vocera de CDC, manifestó que la “evidencia actual” muestra una amplia variación en las respuestas de los anticuerpos después de la infección por COVID-19. “En las próximas semanas esperamos contar con información adicional sobre la protección de la inmunidad de la vacuna en comparación con la inmunidad natural”, agregó.

Se realiza un “esfuerzo monumental” para determinar qué nivel de anticuerpos es protector, expresó el Dr. Robert Seder, jefe de la sección de inmunología celular del National Institute of Allergy and Infectious Diseases. Algunos estudios recientes han intentado establecer una cifra.

Las pruebas de anticuerpos nunca proporcionarán una respuesta afirmativa o negativa sobre la protección contra la COVID-19, señaló el Dr. George Siber, consultor de la industria de las vacunas y coautor de uno de los trabajos. “Pero hay personas que no se van a vacunar. Vale la pena tratar de predecir quiénes tienen un riesgo más bajo”.

KHN (Kaiser Health News) es la redacción de KFF (Kaiser Family Foundation), que produce periodismo en profundidad sobre temas de salud. Junto con Análisis de Políticas y Encuestas, KHN es uno de los tres principales programas de KFF. KFF es una organización sin fines de lucro que brinda información sobre temas de salud a la nación.

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Las exenciones religiosas no deben quedar sin respuesta: Fortalecimiento del mandato de vacunas

La vacunación generalizada es nuestra mejor herramienta para combatir el COVID-19 y prevenir más mutaciones, pero a medida que los mandatos de vacunas se vuelven cada vez más frecuentes en las instituciones de salud y en el sector público y privado, algunos empleados solicitan exenciones basadas en creencias religiosas.

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Respeto todas las religiones y me he esforzado por acomodar las creencias religiosas en mi práctica, pero no creo que se deba permitir que esas creencias pongan a otros en peligro. El mandamiento de amar a mi prójimo como a mí mismo ha inspirado a la medicina y al cuidado de los pacientes. De hecho, “ama a tu prójimo” parece ser un tema común en todas las religiones principales. ¿Qué mejor manera de demostrar compasión y amor por la comunidad en general que vacunarse y ayudar a controlar la propagación de este virus altamente transmisible?


Permitir que los empleados opten por no recibir una vacuna simple que pueda proteger al individuo y, lo que es más importante, a otros en la comunidad es difícil de defender en cualquier entorno laboral, pero es particularmente problemático en un entorno de atención médica con pacientes altamente vulnerables y compañeros de trabajo severamente sobrecargados.


¿Cuál es la base para la exención religiosa? El Título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964 protege a los trabajadores de la discriminación por motivos de religión, entre otras cosas, y la Comisión de Igualdad de Oportunidades en el Empleo (EEOC) requiere que los empleadores proporcionen adaptaciones razonables para los trabajadores que sinceramente han tenido creencias religiosas, a menos que lo hagan plantea una dificultad excesiva “… si es costoso, compromete la seguridad en el lugar de trabajo, disminuye la eficiencia del lugar de trabajo, infringe los derechos de otros empleados o requiere que otros empleados hagan más de su parte de trabajo potencialmente peligroso o oneroso”.

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Los empleadores están obligados a acomodar sólo aquellas creencias religiosas que son “sostenidas con sinceridad” y tienen derecho a cuestionar esta afirmación si parece sospechosa, pero independientemente, el empleador decide cuál será la acomodación razonable.


Ninguno de los líderes de las principales religiones se opone a la vacunación, y muchos han instado abiertamente a sus seguidores a dar este importante paso para promover la salud pública; sin embargo, algunos líderes religiosos locales y sitios en línea continúan promoviendo teorías de conspiración infundadas. La exención religiosa proporciona una escapatoria conveniente para sortear los mandatos de las vacunas.


Debemos continuar contrarrestando estas afirmaciones infundadas con hechos.
Las nuevas vacunas de ARNm no alteran el ADN, no contienen microchips, no lo hacen magnético, no causan infertilidad, no son dañinas en el embarazo y no dañan al feto.
En consonancia con otras investigaciones farmacéuticas, las líneas de células fetales desarrolladas hace décadas se utilizaron para desarrollar y probar las vacunas Pfizer y Moderna, y otras líneas de células fetales se están utilizando en la producción de la vacuna de Johnson & Johnson, pero las vacunas en sí no contienen ninguna. células fetales. Muchos de los medicamentos de uso común en la actualidad, como Tylenol, Motrin, Tums, Lipitor, Benadryl y muchos otros, se desarrollaron y probaron utilizando células fetales.

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Las exenciones infundadas ponen a las personas inmunodeprimidas y a los ancianos en riesgo de enfermedad grave y muerte, y se suman a la carga de un sistema de salud ya estresado, lo que contribuye al agotamiento físico y mental de los proveedores médicos y al hacinamiento de nuestras salas de emergencia, lo que compromete nuestra capacidad para cuidar a otros pacientes. La vacunación generalizada es fundamental para detener la aparición de cepas variantes del virus que pueden ser incluso más letales que la actual. Esta innovadora tecnología de vacunas debe ser aclamada como un milagro y un camino para manejar otros virus y enfermedades que pueden desafiarnos en el futuro.


Si bien personalmente creo que no existen razones religiosas legítimas para la exención de la vacunación cuando estamos lidiando con una pandemia mortal, entiendo la importancia de brindar a todas las solicitudes una audiencia justa y cumplir con los requisitos de la EEOC.
Los insto a unirse a mí para mitigar los efectos de permitir exenciones. Anime a sus sistemas de salud y empleadores en su comunidad a tomar una posición firme para hacer cumplir los mandatos de vacunas, limitar severamente las exenciones y exigir pruebas regulares para aquellos que están exentos. A continuación se muestran algunos ejemplos excelentes de medidas restrictivas:


El Sistema de Salud Regional de Conway en Arkansas requiere que aquellos que reclaman una exención religiosa atestigüen que sus creencias religiosas son sinceras y consistentes, y que

(1) no usarán ninguno de los medicamentos de la extensa lista de medicamentos comunes probados con células fetales;

(2) aceptar las pruebas COVID periódicas; y

(3) aceptar la reasignación para proteger a otros.

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United Airlines ha otorgado exenciones religiosas, pero el arreglo es poner a los empleados en licencia indefinida sin goce de sueldo sin beneficios regulares, lo que ha sido confirmado en los tribunales en casos anteriores de exención religiosa.


No se puede permitir que las creencias religiosas individuales pongan a otros en peligro. Un individuo no vacunado exento basado en la fe puede causar una enfermedad grave y, en algunos casos, la muerte. Tenemos la obligación de mantener seguros al personal y a los pacientes. Proporcionemos criterios estrictos para limitar las exenciones religiosas y tomemos medidas para asegurar que los exentos de vacunación observen las mascarillas y las medidas de salud pública y se sometan a pruebas con frecuencia.
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Pacientes oncológicos con COVID-19: mejor pronóstico y menos mortalidad a medida que ha ido avanzando la pandemia

Tanto los resultados clínicos como las tasas de mortalidad de los pacientes con cáncer que se infectaron con SARS-CoV-2 han ido mejorando de forma paralela al transcurso de la pandemia, según lo reflejan los resultados del registro OnCovid, presentado durante el último Congreso de la European Society for Medical Oncology (ESMO) 2021.

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El registro OnCovid es una plataforma observacional europea puesta en marcha en marzo de 2020 con el objetivo de recoger, registrar y actualizar datos de pacientes europeos de cáncer (con neoplasias sólidas y hematológicas, en cualquier estadio) diagnosticados de infección por SARS-CoV-2.

En esta iniciativa participan un total de 35 centros e instituciones europeas pertenecientes a seis países (Reino Unido, Italia, España, Bélgica, Francia y Georgia).

El estudio presentado en el congreso se llevó a cabo con un total de 2.634 pacientes diagnosticados de forma consecutiva de COVID-19 en los 35 centros desde enero de 2020 hasta febrero de 2021, con la intención de comprobar el impacto que la evolución de la pandemia ha tenido tanto en su estado como en términos de mortalidad.

Tal y como explicó el autor principal, Dr. David J. Pinato, oncólogo del Imperial College London en Londres, Reino Unido, durante la presentación del estudio, el punto de partida fueron los datos de los primeros informes del registro, que reflejaban una alta vulnerabilidad de los pacientes con cáncer respecto a la COVID-19 y unas tasas de letalidad superiores a 30%.

Análisis estratificado: cinco periodos de tiempo

Los autores analizaron las características clínicas y los resultados de forma estratificada en cinco trimestres: enero-marzo, abril-junio, julio-septiembre y octubre-diciembre de 2020, y enero-febrero de 2021. Asimismo, estudiaron los predictores de mortalidad en dos semestres: enero-junio de 2020 y julio 2020-febrero 2021.

Este análisis reflejó una mejora significativa dependiente del tiempo en la tasa de letalidad de los casos confirmados (CFR) a los 14 días a lo largo de los cinco periodos de tiempo, con una reducción progresiva de esta tasa trimestre a trimestre: 29,8%; 20,3%; 12,5%; 17,2% y 14,5%.

En el estudio semestral, la tasa de letalidad de los casos confirmados a los 14 días para el primer y el segundo semestre fue de 25,6% frente a 16,2%.

En cuanto a los cambios experimentados en el perfil de estos pacientes en relación a la pandemia, el estudio reveló que en comparación con el segundo semestre, los diagnosticados de COVID-19 entre enero y junio de 2020 eran mayores de 65 años (60,3%, frente a 56,1% del semestre siguiente); presentaban dos o más comorbilidades (48,8% frente a 42,4%) y tenían tumores menos avanzados (46,4% frente a 56,1%).

Por otro lado, los diagnosticados entre enero y junio de 2020 tenían más probabilidades de presentar complicaciones en su cuadro de COVID-19 (45,4% frente a 33,9%), de necesitar hospitalización (59,8% frente a 42,1%) y de recibir terapia anti-COVID-19 (61,7% frente a 49,7%).

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Más screenings y mejor conocimiento del SARS-CoV-2

Según declaró a Medscape en Español el Dr. Aleix Prat, jefe del Servicio de Oncología Médica del Hospital Clínic de Barcelona, presidente del Grupo de Investigación de Cáncer de Mama SOLTI  y uno de los autores españoles participantes en el estudio, hay varios factores implicados en esta mejora dependiente del tiempo tanto del pronóstico como de la letalidad observada en estos pacientes: “Por un lado, esta evidencia puede explicarse por la expansión de la capacidad de hacer test para detectar el virus. Por otro lado, también puede relacionarse con la mejora de los recursos de atención médica y los cambios dinámicos en la transmisión comunitaria producidos a lo largo del tiempo desde el inicio de la pandemia”.

En la misma línea, el Dr. Ramón Salazar, jefe del Servicio de Oncología Médica del Hospital Duran i Reynals en el Instituto Catalán de Oncología y también participante en el estudio, comentó que la primera variable a tener en cuenta al evaluar estos resultados es la mejora en la atención y el mayor conocimiento que se ha ido teniendo de la enfermedad.

“Si nos fijamos en los índices de mortalidad de la población general, se ve que también han ido descendiendo, y esto es debido a un conjunto de factores, principalmente un mayor conocimiento de la COVID-19, un diagnóstico más precoz a través del screening y unos ingresos hospitalarios priorizados y preventivos”, comentó a Medscape en Español el Dr. Salazar. “Asimismo, en el caso concreto de los pacientes oncológicos, hay otro elemento que se intuye por los datos y es que en las primeras dos olas, los pacientes que se infectaban tenían más edad y presentaban más factores de comorbilidad, que son dos factores absolutamente determinantes de la mortalidad por COVID-19”.

El Dr. Salazar también destacóotros datos interesantes arrojados por el estudio: “Por ejemplo, quedó en evidencia que los pacientes de cáncer de pulmón presentan peor pronóstico cuando contraen la COVID-19, y también ocurre esto en el caso de algunas enfermedades hematológicas que tienen un mayor índice de inmunosupresión. Estos son los hallazgos más llamativos, junto a los resultados principales”.

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Secuelas pos-COVID-19: estimaciones y primeras evidencias

Respecto a si en esta investigación se han valorado también las secuelas de la COVID-19 que están manifestando los pacientes oncológicos, el Dr. Prat comentó que este aspecto se había abordado en otro estudio realizado también a partir del registro OnCovid y cuyos resultados se presentaron en el congreso:[2] “Según esta investigación, 15% de los pacientes con cáncer presentaban secuelas pos-COVID-19, una circunstancia que afecta a su sobrevida”.

Tal y como demostró el estudio aludido por el Dr. Prat, dirigido por el Dr. Alessio Cortellini, oncólogo del Hammersmith Hospital de Londres, Reino Unido, de los 2.795 pacientes estudiados, 234 (15%) continuaron experimentando a largo plazo secuelas sintomáticas de la infección, siendo las más frecuentes las respiratorias (49,6%), como disnea y tos crónica. Otros síntomas reportados por los participantes fueron fatiga crónica (41%), problemas neurocognitivos (7,3%), pérdida de peso (5,5%) y disfunción orgánica (18,4%).

Para el Dr. Salazar, estas secuelas están también en línea con los datos referentes al resto de la población y resultan significativas, “porque probablemente en los pacientes con cáncer, y sobre todo con cáncer avanzado, que han sobrevivido a la infección por SARS-CoV-2, el índice de secuelas pos-COVID-19 o de COVID-19 persistente sea más alto que en la población general. Lógicamente, la intensidad de esta afectación dependerá también de las comorbilidades y del estado en el que se encuentre el paciente con cáncer”.

Otra cuestión que no se abordó en el estudio pero cuya relevancia a corto plazo vislumbran los especialistas es el retraso de nuevos diagnósticos de cáncer como consecuencia de la crisis sanitaria. “El estudio solo evaluó a los pacientes ya diagnosticados, pero es un aspecto que tendrá relevancia cuando se empiecen a publicar los resultados de los trabajos que analicen la mortalidad por cáncer durante este periodo y de cuyos datos todavía no disponemos. Es posible que la mortalidad por el propio cáncer, no por la COVID-19, sí que haya empeorado debido a estos retrasos en el diagnóstico”, afirmó el Dr. Salazar.  

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Reajustes en la práctica clínica y líneas de futuro

En cuanto a las aplicaciones de los datos arrojados por este estudio en la atención asistencial oncológica, el Dr. Prat indicó que “en general, estos hallazgos son informativos para la práctica clínica y para la formulación de políticas en el contexto de una pandemia no resuelta”.

En opinión del Dr. Salazar, más allá de los resultados de esta investigación, la pandemia ha tenido un efecto colateral positivo que ha repercutido en la mejoría de los pronósticos y en la prevención de muchos cuadros: “Todas las medidas higiénicas adoptadas, tanto las nosocomiales como de la comunidad, se han traducido en una reducción significativa de las infecciones y también en una menor incidencia de las complicaciones infecciosas en los pacientes frágiles de todo tipo de enfermedades, entre ellos, los de cáncer. Desde un punto de vista de política sanitaria global, este es un gran logro y una excelente lección extraída de la pandemia”.

Preguntado sobre la continuidad de este estudio, el Dr. Salazar recordó que OnCovid es un consorcio muy heterogéneo, en el que se comparten muchas ideas, “y creo que en temas de epidemiología y de política sanitaria pueden surgir nuevas hipótesis de trabajo a partir de estos datos observacionales. En este sentido, hay varias líneas en marcha, una de ellas centrada en los recursos de cuidados paliativos para estos pacientes, que es muy interesante”.

Por su parte el Dr. Prat afirmó que la actualización constante y el carácter internacional de la red OnCovid va a permitir analizar más a fondo las evidencias de este estudio “y también estudiar muy bien otros temas que tenemos en mente, por ejemplo, separar los resultados por tipo de tumor y tratamiento”.

Los doctores Prat y Salazar declararon no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

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Vacuna contra la COVID-19: ¿cuándo deberíamos hablar de una tercera dosis y cuándo de una dosis de refuerzo?

A principios de septiembre la Comisión de Salud Pública de España aprobaba una vacuna adicional en pacientes inmunodeprimidos, entre los que se incluían personas que hubieran recibido trasplantes, pacientes con linfoma y esclerosis múltiple entre otras enfermedades. Una semana después, el grupo de expertos del del Ministerio de Sanidad comunicaba que esa inyección extra contra la COVID-19 se ampliaría a pacientes en tratamiento de hemodiálisis, en tratamiento por un tumor, mayores de 40 con síndrome de Down y mayores en residencia. Mientras algunos países como Israel o Chile han comenzado ya a administrar una tercera dosis de la vacuna a toda la población mayor de 12 años, tras un informe, expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos, concluían que no es necesario una tercera dosis para reforzar la inmunidad de personas sanas ya vacunadas.

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En España la tercera dosis solo se inoculará, de momento, a personas en las que exista un riesgo elevado de que se produzca una respuesta inmune inadecuada con la pauta convencional de la vacunación. Según Matilde Cañelles, inmunóloga del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), “la decisión del Gobierno es la correcta con base a los datos disponibles y se refuerza tras el estudio israelí que señala cómo la tercera dosis ha reducido en un mes las tasas de contagio y de infecciones graves entre los mayores de 60 años”. La investigación, publicada en The New England Journal of Medicine, arroja entre otras conclusiones, que la inyección de refuerzo elevaría la protección frente a la COVID-19 hasta el 95 %. Para la experta, “aunque esta investigación evidencie que incluso en la población joven se puede ir perdiendo la inmunidad, los nuevos datos no justificarían poner una tercera en menores de 60”.

El Ministerio de Sanidad acaba de ampliar el rango de población a la que inyectar una tercera dosis, como mayores en residencias, pero no incluye a otros colectivos que otros países están teniendo en cuenta, como, por ejemplo, está haciendo Reino Unido con los sanitarios.

Es un debate complicado, pero a mí me parece muy bien cómo lo estamos haciendo. Yo me centraría en vacunar a mayores y completar la pauta en personas que tienen problemas para generar la respuesta inmune. De momento, no hay datos que demuestren que una persona joven y sana que ya tenga dos dosis necesite otra más.

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¿Existen evidencias suficientes que justifiquen vacunar a toda la población mayor de 65 años?

Los inmunólogos sabemos desde hace mucho tiempo que a las personas mayores de 65 años les cuesta crear memoria inmunológica. Por eso se les vacuna de la gripe cada año. Su sistema inmune está envejecido y no puede hacer las mismas cosas que uno joven, como, por ejemplo, a la hora de crear las células de memoria, las T, que en el proceso de envejecimiento inmunitario van desapareciendo con la edad. Por eso no sabemos si realmente van a necesitar cada año una dosis nueva.

De hecho, en un estudio reciente publicado en Science, los autores han encontrado unas células T específicas contra cualquier coronavirus que se reactivan cuando nos infectamos con el SARS-CoV-2 o nos vacunamos contra la COVID-19. Esto pasa sobre todo en personas jóvenes y menos en los mayores, porque probablemente ya las han perdido y tienen muy limitada la capacidad de generarlas. Esto explicaría por qué las personas jóvenes responden tan fuerte a la primera dosis de la vacuna y ayudaría a entender las diferencias de la respuesta entre jóvenes y mayores. Lo mismo que pasa con el cerebro, que perdemos la memoria, pasa con ese sistema inmune…

¿Es correcto utilizar el término “vacuna de refuerzo” cuando nos referimos a pacientes en los que por sus condiciones de inmunosupresión, por ejemplo, no han desarrollado una buena respuesta inmune, o sería mejor hablar de una tercera dosis?

En aquellos casos en que no se ha desarrollado una buena respuesta sí se trataría simplemente de una tercera dosis. Pero como los americanos no distinguen y las llaman a todas booster, aquí hemos adaptado el término “vacuna de refuerzo”. Yo creo que en el futuro las llamaremos terceras dosis.

¿Considera que se debería priorizar la tercera dosis a ciertos colectivos o centrarnos mejor en la cobertura de vacunación mundial?

La producción de vacunas se está acelerando mucho, sobre todo ahora que van a aprobar nuevos fármacos. En lo que se debería estar pensando ahora es poner una tercera a los mayores de 65 años y seguir enviando dosis a países sin acceso a fármacos para continuar con la cobertura mundial. No se debe pensar en las dosis de refuerzo como dosis que “robamos” a países desfavorecidos; se pueden producir dosis suficientes para ambos objetivos. Por lo tanto, deberíamos centrarnos en la logística de hacer las dos cosas y no tener que elegir entre una y otra. Otra cuestión sería administrar una tercera dosis a la población general, decisión que dejaría desprotegida a esa población que no ha recibido ni una primera.

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Al margen de la cuestión logística y moral, ¿qué efectos contraproducentes podría tener una tercera dosis en un organismo sano?

Un estudio del CSIC plantea que poner otra dosis con la misma vacuna que se utilizó para la variante original podría crear un tipo de inmunidad muy dirigida a esa variante y no hacia las nuevas que van apareciendo. Incluso en ese aspecto sería beneficioso esperar un poco para inyectar la tercera dosis a personas más jóvenes cuando ya estén incorporadas las defensas contra las nuevas variantes en la vacuna.

A finales de agosto España alcanzaba 70% de su población vacunada y parecía que estábamos más cerca de conseguir esa meta tan ansiada: la inmunidad de grupo. ¿Qué cerca estamos del objetivo de conseguir la protección de grupo?

Existen dos factores claves que tener en cuenta cuando hablamos de la inmunidad de grupo. Hasta hace poco no se sabía si las vacunas iban a parar la transmisión del virus, y ya se ha evidenciado que no lo frenan. Entonces, aunque las personas estemos vacunadas, no actuamos como barrera. Y esto hace que la inmunidad de grupo acabe siendo un concepto difícil de alcanzar. Por otro lado, el surgimiento de nuevas variantes empeora la situación y complica conseguir la protección de grupo.

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El Gobierno acaba de anunciar que España registra la menor incidencia desde hace más de un año con 91 casos por 100.000 habitantes ¿Qué probabilidades existen de que las nuevas variantes cambien este escenario tan alentador?

Estamos en un terreno completamente nuevo y hay que ser prudentes. Sí existe el peligro de que lleguemos a una situación de inmunidad media que prolongada en el tiempo pueda dar lugar a la aparición de variantes. No obstante, esto solo puede pasar cuando existe una alta transmisión comunitaria del virus, que no es lo que está sucediendo en países en los que se ha vacunado masivamente, como en España, donde hemos pasado la ola de la variante delta con una bajada muy acusada de las transmisiones.

Luego está Estados Unidos. Pero este es un caso aparte, donde la aceptación de vacunación está muy polarizada según las zonas. En las de voto republicano, por ejemplo, se están vacunando menos, y a efectos de investigación estamos comprobando cómo en un país culturalmente muy parecido al nuestro se observan tantas diferencias en la hospitalización. Sorprende mucho que Estados Unidos fuera el primero en desarrollar la vacuna contra la COVID-19 y sea el país que más la rechaza, con las unidades de cuidados intensivos saturadas y con tanta gente muriéndose.

A raíz de la pandemia han surgido muchas “voces expertas” en la inmunología, ¿qué piensa de que se generen tantas opiniones alrededor de la crisis sanitaria que estamos enfrentando?

Como en muchos otros ámbitos, todo el mundo quiere opinar. Y eso está bien. Pero hay gente que resulta muy peligrosa y algunas de sus declaraciones son muy cuestionables. Los que tratamos de contribuir con la divulgación de temas científicos, de salud, buscamos transmitir tranquilidad y confianza a través del conocimiento. Luego están los manipuladores que solo buscan atención y lo hacen a costa de provocar miedo en la gente. Pero creo que esto es algo inevitable, y por eso a mí me gustaría destacar los aspectos positivos en torno a cómo está reaccionando la sociedad, como la buena aceptación que tenemos en España de las vacunas. Junto a Portugal, ¡estamos siendo un gran ejemplo en el mundo!

Este contenido fue originalmente publicado en Univadis, parte de la Red Profesional de Medscape.

Having Flu and COVID Vaccines at Same Time Is Safe: ComFluCOV Study

Having flu and COVID jabs at the same time is safe, according to preprint research from the ComFluCOV study.

The University Hospitals Bristol and Weston NHS Foundation Trust-led study supports giving COVID booster doses alongside the seasonal flu programme.

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Researchers concluded that concomitant vaccination did not raise safety concerns, and the immune response to both vaccines was preserved.

Side effects were reported for some combinations but were found to be mainly mild to moderate, including fatigue, apart from one hospitalisation with severe headache related to the trial.

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Study Details 

The trial involved 679 participants across 12 sites. They’d had a first dose of Oxford/AstraZeneca or Pfizer/BioNTech COVID vaccines.

When they had their second dose, they were randomised to also receive one of three different flu jabs or placebo in the other arm (or thigh in some cases).

Three weeks later the initial placebo group had a flu jab, and the flu jabs groups had a placebo.

Side effects were reported for the six possible combinations through electronic diaries.

The authors concluded: “Concomitant vaccination with both COVID-19 and influenza vaccines over the next immunisation season should reduce the burden on the healthcare services for vaccine delivery, allowing for timely vaccine administration and protection from COVID-19 and influenza for those in need.”

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Wise and Precautionary Checks 

Commenting via the Science Media Centre, Dr Peter English, retired consultant in communicable disease control, said: “We would not expect any problems to arise from coadministration of flu and COVID-19 vaccines; but it is wise and precautionary to check for possible problems in clinical trials before authorising or recommending widespread coadministration. This study does just that.”

The study received Department of Health and Social Care and National Institute for Health Research funding.

Another commenter, Professor Penny Ward, independent pharmaceutical physician, visiting professor in pharmaceutical medicine, King’s College London, said the study helped to answer a question she’d been asking herself.

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“It’s not often that a publication is directly relevant to one’s own health decision making. Being a lady of mature years, I have just received my invitation for the annual influenza vaccination, but the set date is a month or so prior to the earliest date I would be called for a COVID vaccine booster. What to do – wait and have them both together or take one then t’other?”

She continued: “I think I can be confident that I can go ahead with my flu shot while waiting to be called up for the COVID vaccine booster. Thanks to the ComCov study team for getting this out into the public domain so I could answer my own question without needing to bother the local GP. Let’s get this out on the airwaves so other members of the public with the same dilemma can be similarly reassured.”

‘The safety and immunogenicity of concomitant administration of COVID-19 vaccines (ChAdOx1 or BNT162b2) with seasonal influenza vaccines in adults: a phase IV, multicentre randomised controlled trial with blinding (ComFluCOV)’ preprint by Rajeka Lazarus et al.

Estudio identifica grupos que aún corren riesgo de sufrir COVID-19 grave a pesar de la vacunación

Los investigadores han identificado grupos de personas con mayor riesgo de morir o de sufrir una enfermedad grave por COVID-19 después de recibir una o dos dosis de la vacuna anti-COVID-19.

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El estudio, realizado por la University of Oxford, en Oxford, Reino Unido, examinó el riesgo de COVID-19 grave que conduce a la hospitalización o la muerte 14 días después de un esquema completo vacunal, cuando se espera una inmunidad sustancial.

Los investigadores utilizaron la herramienta QCovid para analizar los resultados en adultos de 19 años o más entre el 8 de diciembre del año pasado y el 15 de junio de este año.

Utilizaron conjuntos de datos nacionales de la práctica general, la inmunización nacional y las pruebas de SARS-CoV-2, el registro de defunciones y los datos de episodios hospitalarios para analizar una muestra de más de 6,9 ​​millones de adultos vacunados. De ellos, 74,1% había recibido dos dosis de la vacuna anti-COVID-19.

La muestra incluyó 2.031 muertes por COVID-19 y 1.929 ingresos hospitalarios relacionados con COVID-19, de los cuales 81 muertes (4%) y 71 ingresos (3,7%) ocurrieron 14 días o más después de la segunda dosis de vacuna.

La edad media de las personas de la cohorte fue de 52 años.

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Nueva herramienta “ayudará a identificar factores de riesgo”

Los hazard ratios (HR) por causas específicas fueron más altos para los pacientes con:

  • Síndrome de Down (HR: 12,7).
  • Trasplante de riñón (HR: 8,1).
  • Anemia de células falciformes (HR: 7,7).
  • Quimioterapia (HR: 4,3).
  • Residencia en hogar de mayores (HR: 4,1).
  • VIH/SIDA (HR: 3,3).
  • Cirrosis hepática (HR: 3,0).
  • Afecciones neurológicas (HR: 2,6).
  • Trasplante reciente de médula ósea o trasplante de órgano sólido alguna vez (HR: 2,5).
  • Demencia (HR: 2,2).
  • Enfermedad de Parkinson (HR: 2,2).

El estudio, publicado en The BMJ, encontró que la incidencia de mortalidad por COVID-19 aumentaba con la edad, la privación, ser hombre y para aquellos con etnia india y pakistaní.

Los mejores datos de investigación clínica del mundo

La Dra. Julia Hippisley-Cox, profesora de epidemiología clínica y práctica general en la University of Oxford, coautora del artículo, dijo: “Reino Unido fue el primer lugar en implementar un programa de vacunación y tiene algunos de los mejores datos de investigación clínica en el mundo. Hemos desarrollado esta nueva herramienta utilizando la base de datos QResearch, para ayudar al National Health System a identificar qué pacientes tienen mayor riesgo de resultados graves a pesar de la vacunación, para una intervención dirigida.

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“Esta nueva herramienta también puede informar las discusiones entre médicos y pacientes sobre el nivel de riesgo, para ayudar a la toma de decisiones compartida”.

El Dr. Aziz Sheikh, profesor de investigación y desarrollo de atención primaria en la University of Edinburgh, en Edimburgo, y coautor del artículo, dijo: “Nuestra nueva herramienta QCovid, desarrollada con la ayuda de expertos de todo el Reino Unido, ha sido diseñada para identificar aquellos en alto riesgo que pueden beneficiarse de intervenciones como dosis de refuerzo de la vacuna o nuevos tratamientos como los anticuerpos monoclonales, que pueden ayudar a reducir el riesgo de progresión de la infección por SARS-CoV-2 a desenlaces graves de la COVID-19″.

La Dra. Hippisley-Cox agregó: “El riesgo individual siempre dependerá de las elecciones individuales, así como de la prevalencia actual de la enfermedad. Sin embargo, esperamos que esta nueva herramienta ayude a la toma de decisiones compartida y una evaluación de riesgos más personalizada”. Por medscape